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2 de octubre de 2021

Las variantes del desvarío

Una historia "americana"

El verano había comenzado a todo ritmo en la ciudad de Nueva York, impulsado por una  urgencia de conexión y consumo. La amenaza del Covid parecía esfumarse en el aroma a romance que flotaba en las calles, cuando de pronto los nubarrones Delta nos arruinaron el picnic. Cuando llegó agosto los ánimos comenzaron a virar y hoy, de cara al otoño, se percibe en las caras un gesto de fin de fiesta. Las conversaciones sobre infecciones y vacunas volvieron a encenderse. El regreso a clases presenciales luego de un año y medio de pandemia y las nuevas medidas sobre la obligatoriedad de la vacunación marcan el nuevo capítulo de una batalla cultural que no cede desde el principio de la era Covid. 

En Estados Unidos hay unos 70 millones de adultos sin vacunar. Sólo un 55% de la población total ha recibido dos dosis. En estos días todos tenemos algún conocido infectado (en general asintomático) pese a estar vacunado. Así y todo, la ciudad de Nueva York hoy tiende a la baja de muertes —con un promedio diario de 10 por día en el último mes—, una realidad benigna al lado de lo que hemos vivido aquí, y muy diferente a la que se vive en algunos estados del sur. 

En Alabama, por ejemplo, todas las camas de terapia intensiva están tomadas. Uno de cada cuatro hospitales del país tiene más del 95% del espacio de cuidado intensivo ocupado (hace un mes era uno cada cinco). El índice de hospitalización, y en paralelo el de vacunación, tiende a continuar las líneas de la división política entre estados demócratas y republicanos. La resistencia a la vacunación es un enorme problema en el país, y hay muchas voces indignadas.  También existe una tendencia a poner a todos los no vacunados en la misma bolsa, lo que es un gran error, ya que los motivos de la negativa a la vacuna son muy variados.

El grupo demográfico de mayor resistencia ha sido el de los afroamericanos. La renuencia de los latinos también ha sido alta, aunque se ha revertido en los últimos meses. Desde las posiciones políticas, hay un mayor porcentaje de republicanos (cuanto más adictos a Trump, más opuestos a la inoculación), y también miembros de los movimientos antivacunas y libertarios independientes variopintos. Se suman los que creen que su juventud los vuelve inmunes, los que se sienten protegidos por haber tenido ya la enfermedad, y los que están esperando a ver qué anomalía distópica sufriremos los conejillos de indias que hemos sido vacunados (aunque sepan lo que sí puede pasarles si llegan a enfermarse). 

En este país existe una dolorosa historia de horrendos experimentos médicos sufridos por los afroamericanos, lo que explica el profundo recelo de muchos de éstos ante el establishment médico. En 1932 (o sea, ayer nomás), 400 campesinos negros sifilíticos fueron seleccionados para un estudio denominado Tuskegee. Durante 40 años se los observó sufrir y morir sin tratarlos (aún luego de la aparición de la cura). La existencia de este experimento se difundió recién en los años ’70, dando origen a un juicio y a las disculpas públicas de Bill Clinton. Pero está lejos de ser el único caso.

En 2018, luego de 129 años de orgullosa permanencia, la estatua del doctor J. Marion Sims, considerado el padre de la ginecología, cayó de narices al suelo del Central Park del lado de Harlem (el lugar más afroamericano de Nueva York) en un acto de repudio. Sims llegó a ser una celebridad internacional durante el siglo XIX por sus notables innovaciones —por ejemplo, cómo extraer fetos sin vida del cuerpo de una embarazada y así evitar su muerte— pero poco se supo hasta el siglo XXI sobre el  accionar siniestro —y sin anestesia— que llevó a cabo en mujeres esclavas del sur del país para lograrlas. 

A la luz de esta enorme sombra podemos ver la resistencia a la vacuna como una ramificación de la opresión a través de los siglos. La líder del movimiento Black Lives Matter de Nueva York declaró esta semana: “El 72% de los negros de 14 a 44 años en esta ciudad no están vacunados, entonces, quien va a parar a la Gestapo, digo, a la policía de Nueva York, cuando comience a sacar por la fuerza a los negros de los vagones o los autobuses”. En este país, la idea de la vacunación obligatoria como segregación no debería ser tomada de manera liviana. 

En el caso de los latinos existe el tema de la indocumentación y también de la precariedad de su situación laboral. Hoy la ciudad obliga a las empresas a pagarles los días perdidos y el transporte para ser vacunados, pero la información tarda en extenderse. Muchos de ellos, acostumbrados a vivir en el margen, han preferido no ofrecer sus datos personales al sistema. Rosario, que trabaja en el mercadito de la esquina, se apoya en su fe: “Dios sabrá si me tocará o no, yo creo que no, porque yo rezo”. No dejo de intentar convencerla. Si termina en el hospital, apenas podrá comunicarse con el médico, como pasó con los miles de hispanos que murieron (en cantidad desproporcionada) durante la pandemia en Nueva York.

Con respecto a ciertos republicanos, los seguidores de Trump y las tribus libertarias, la resistencia a la vacuna cabe perfectamente dentro de su ultra individualista idea de libertad, y corre con la misma intención política que el rechazo al barbijo. El gobernador de Florida, Ronald De Santis, uno de los republicanos considerados presidenciables, se encuentra hace dos meses embarcado a fondo en una cruzada legal y mediática contra los distritos escolares que se niegan a acatar su orden de no requerimiento de barbijo en las escuelas, amenazando con cortar fondos y sueldos de aquellas instituciones que osen exigirle el uso a los alumnos. La tensión es altísima y muchos padres, tanto pro y como anti barbijo, están enojados. Las puertas de los establecimientos escolares son ahora sede habitual de peleas públicas. Estos niños, a los que el Covid les ha robado más de un año y medio de vida plena, hoy ven a adultos que protagonizan en sus escuelas escenas de desvarío que la sociedad debería ahorrarles. 

La vociferante expresión habitual de los trumpistas (quienes abuchearon al mismo Trump, hace un mes, cuando les aconsejó vacunarse) palidece un poco ante la ola de muertes dentro de sus propias huestes. El presentador de radio Marc Bernier, autodenominado Sr. Anti-vacuna, murió de Covid hace pocas semanas. Igualmente le pasó a Dick Farrel, un mediático provocador de la derecha, y a Caleb Wallace, el creador de los San Angelo Freedom Defenders, un grupo de cruzados contra las restricciones. La realidad de la muerte —junto al nuevo status de la vacuna, que ha sido finalmente aprobada por la FDA— va logrando que la cantidad de vacunados continúe subiendo, si bien muy lentamente. Ver morir al vecino de al lado parece ser bastante más convincente que las palabras del Presidente Biden. 

Desde 1796 -cuando George Washington decretó la vacunación obligatoria antivariólica en las tropas que luchaban contra Inglaterra- el mandato de las vacunas ha sido aceptado por la enorme mayoría de los estadounidenses. Este fue legitimado por la Corte Suprema con el dictamen Jacobson vs. Massachusetts de 1905. Ese año el señor Jacobson terminó pagando una multa de 5 dólares por negarse a inocular a sus hijos contra la viruela, pero su lucha continúa. El movimiento antivacuna ha crecido mucho en las últimas décadas gracias a la viralización de las fake news (que llenan el vacío creado por  la desconfianza hacia los gobiernos y los sistemas de salud), pero aún antes del advenimiento de Internet ya había miles de personas convencidas de que sus hijos sufren problemas (principalmente autismo) por culpa de las vacunas. Es difícil ponerse en su lugar. Sin embargo, uno puede preguntarse, con inmensa tristeza, qué pensarán en el futuro los hijos de los miles de padres y madres que los dejaron atrás por creer en teorías conspirativas —largamente refutadas— que leían en Facebook. 

Conociendo las enormes diferencias entre los que se resisten a vacunarse, me hace mucho ruido escuchar a diario frases como “la gente que no se vacuna es incivilizada y estúpida” y “estos tarados están pirados y son criminales”. Es evidente que la vacunación es la manera de volver a la vida como la conocemos, pero agrupar a 70 millones de adultos no vacunados bajo el mismo rótulo no sirve más que para ahondar en una grieta inútil. El progresismo estadounidense comete una vez más el error que ya le ha costado tanto capital. Sostenido por un ideario que considera virtuoso (y en teoría puede serlo) ha tendido a definir a los de la vereda de enfrente como “deplorables”  (la fatídica palabra de Hillary Clinton que le sirvió en bandeja la presidencia a Trump). No todo el que no se ha vacunado es un ser nefasto ni enajenado, y la deshumanización que estos motes implican puede en sí misma ser nefasta, generando no sólo un problema moral, sino político. 

El 7 de septiembre Joe Biden anunció una orden ejecutiva que obliga a las empresas de más de 100 empleados a exigirles un certificado de vacunación o PCR semanal. El Presidente, visiblemente enojado, anunció que la paciencia se está acabando y agregó: “Lo que es increíblemente frustrante es que tenemos las herramientas, pero una minoría distintiva de americanos, apoyada por un grupo distintivo de políticos, nos está impidiendo doblar la esquina”. Su discurso se sintió divisivo e incompleto (no enfatizó, por ejemplo, el uso de barbijos u otros recursos) y la fiscalización de esta orden podría convertirse en una gran  pesadilla. Empresas como United Airlines, que ya habían comenzado a exigir el certificado de vacunación, vienen enfrentando interminables conflictos con sindicatos y grupos religiosos. Como es de esperarse, se viene una letanía de litigios, una marea de victimizados, y una migración a las iglesias que puedan expedir un certificado de excepción religiosa. Podría decirse que a Trump le gusta esto. 

En la comunidad sanitaria se teme que las nuevas directivas de Biden produzcan una mayor resistencia a otras vacunas existentes, creando crisis que podrían incluir la reemergencia de enfermedades como el sarampión. Las declaraciones de  los gobernadores republicanos, por otro lado, le están brindando al movimiento anti-vacuna una mayor actualidad y legitimidad. “En este bravo nuevo mundo del Gran Hermano Biden, ¿Qué podrá impedir la vacunación forzada de gripe o hepatitis?” se preguntó Tom McClintock, representante de la derecha californiana. 

La frase bien podría haber sido pronunciada por Giorgio Agamben, el famoso filósofo de izquierda que generó una gran polémica desde el principio de la pandemia por su postura ante las restricciones y su efecto en las libertades. En su libro El estado de excepción, Agamben ya había alertado sobre las posibles consecuencias de situaciones históricas inéditas en las cuales el Estado asume poderes especiales: el estado de excepción constituye una “tierra de nadie entre el derecho público y el hecho político, y entre el orden jurídico y la vida», o sea, terreno fértil para totalitarismos. Hoy estas circunstancias especiales llegan a un mundo donde el control cibernético ya nos venía respirando en la nuca. La necesidad de aceptar restricciones y vacunas es evidente cuando se trata de la vida o la muerte, pero ¿debemos acallar todo debate sin ni siquiera preguntarnos cómo se desmantelará la hipervigilancia gubernamental una vez que la pandemia pase? 

 Es sabido que la frustración y el enojo se han multiplicado en estos tiempos, dirigiéndose a blancos visibles, como los gobernantes, o, como en el caso que hoy me ocupa, a los se niegan a ponerse la vacuna. Esta frustración es más que comprensible, hemos soportado más de lo que podíamos imaginar. Pero pensemos donde nos paramos al expresarla. “Cuando decidimos que algo es malo se acaba la conversación, cuando debería comenzar allí”, dice la doctora Julia Shaw en su libro Hacer el mal. “Juzgamos la conducta del otro sin matices, mientras juzgamos la propia considerando todos los factores mitigantes. Vemos la mala conducta del otro como tan ajena que no intentamos mínimamente entenderla”. Quizás la línea que nos separa de la conducta del otro no sea tan definida, como la de la cordura en los colores del arco iris que menciona Melville. Quizás sólo podemos evolucionar hacia una sociedad mejor si dejamos de colocarnos en el pedestal de la virtud y reconocemos nuestras propias oscuridades y desvaríos. 

Los casos y las muertes por Covid están bajando en el mundo, pero siguen, y el virus muta. Los gobiernos, mientras caminan sobre el delgado hilo de las consecuencias políticas, deberán seguir poniendo en marcha los mandatos necesarios para mitigar la pandemia. A nivel personal, con la indignación no vamos a convencer a nadie, pero sí quizás con algo cercano a la naturaleza del amor. Dice Henry D. Thoreau, “El hombre que va solo puede comenzar hoy, pero el que viaja con otro debe esperar a que esté listo, y puede que pase un largo tiempo hasta que puedan partir”. Ya casi estamos en camino. Ya casi estamos partiendo.

Por Isabel De Sebastián. Originalmente en "El Cohete a la Luna".

31 de marzo de 2021

Historia de los movimientos antivacunas

Sin intentar ser neutral en relación con los movimientos y pensamientos que están en contra de la vacunación he intentado sintetizar algunos de los momentos más relevantes en la historia de los mismos. En momentos en que estos movimientos se han visibilizado como nunca en la historia, seguramente por la presencia en redes sociales, aunque pareciera ser que hubo momentos históricos de mayor aversión frente a las vacunas. 

Vemos que históricamente los movimientos antivacunas y los que están en contra de la obligatoriedad de las mismas suelen coincidir temporalmente. La obligatoriedad suele materializar el sentimiento antivacuna en sociedades donde estas no son obligatorias.

Suele decirse que los movimientos antivacunas nacieron junto a la primer vacuna de Jenner en 1796. Ya por esa época la vacuna contra la viruela tuvo que resistir el embate de la iglesia, la propia población y de algunos miembros de la comunidad médica. Vacunarse por entonces era una aventura más arriesgada que lo que es hoy, ya que no siempre se realizaba en las condiciones más higiénicas, por lo que a veces provocaba infecciones secundarias. Los efectos secundarios podían ser desagradables y persistentes y, si estos obligaban a un trabajador a ausentarse del trabajo, podían suponer una pérdida de ingresos.

Si era una aventura vacunarse, también lo era para algunos médicos. La emperatriz Catalina La Grande convocó a un médico inglés, Thomas Dimsdale, para que la inoculara a ella y a su hijo Paul. Se dice que el médico acudió, pero tenia su caballo en caso de que tuviera que irse del palacio sin saludar. Luego de eso Catalina fue una defensora de las vacunas, y trataba a los que se oponian como "verdaderos imbéciles, ignorantes o simplemente malvados". Nada mal, para una época en que no habia twitter.

Para algunos padres de familia, la vacunación contra la viruela provocaba miedos y protestas, ya que había que rasgar la carne del brazo de un niño e introducir la linfa de la ampolla de una persona que había sido vacunada aproximadamente una semana antes. Algunos opositores, incluidos los clérigos locales, creían que la vacuna “no era cristiana” porque provenía de un animal; para otros opositores, el descontento con la vacuna contra la viruela reflejaba su desconfianza general ante la medicina y a las ideas de Jenner sobre la transmisión de la enfermedad. Al sospechar de la eficacia de la vacuna, algunos escépticos alegaban que la viruela era el resultado de material en descomposición en la atmósfera. Por último, mucha gente objetaba la vacunación porque creía que atentaba contra su libertad personal, una tensión que empeoró cuando el gobierno desarrolló políticas para la vacunación obligatoria. En 1853 «La Liga Antivacunación» y en 1867 "La Liga contra la vacunación obligatoria" surgen en Reino Unido, asi como varias publicaciones periódicas en contra de la vacunación.

La forma de obtener vacunas tampoco era un legado de romanticismo. Durante la guerra civil de Estados Unidos se obtenian de soldados, y cuando estos enfermeban de sífilis, se "cultivaban" de niños esclavos, en los estados confederados, según relata Downs en su libro "Malades of empires".

En 1880 surgen los primeros movimientos antivacunas en EEUU que consiguieron la derogación de leyes de vacunación obligatoria en diversos estados del país. 

El Dr. Alexander Ross fue un firme opositor en Canadá. Autor de un panfleto que circuló a gran escala en Montreal en 1885, durante un brote de viruela en la ciudad. "No hablemos más de la tiranía rusa", denunció Ross, dando a entender que los rusos –que entonces perseguían a los judíos en pogromos– no tenían nada que envidiar a los funcionarios de sanidad de la ciudad cuando se trataba de pisotear las libertades civiles.

Ross aseguró a sus lectores que la vacunación no prevenía la viruela, pero que sí provocaba otras enfermedades desagradables como la sífilis y la propia viruela, y que mataba a los niños. Es más, afirmaba que no había realmente una epidemia en la ciudad y que, si la había, la mejor manera de protegerse era "el aire puro, la limpieza y la templanza". Como "prueba" ofrecía los testimonios de una serie de personas cuyos nombres se presentaban junto a la palabra "profesor", "Doctor" o "Señor". 

En esa época en Montreal la resistencia se vio alimentada por las tensiones preexistentes entre las poblaciones francófona y anglófona de la ciudad. "Los trabajadores francófonos mostraban su desconfianza hacia los médicos ingleses de clase alta que querían clavarles agujas", dice Larsson. No ayudó el hecho de que un lote contaminado de la vacuna provocara algunos casos de erisipela en la piel al principio. Y, de este manera, cuando las autoridades hicieron obligatoria la vacunación, la resistencia estalló en disturbios. 

Ross, sin embargo, es el ejemplo de la desinformación y debe distinguirse de otros que han estado indecisos frente a las vacunas, ya que en su caso, el si se vacunó durante la epidemia.

En 1890 un grupo de médicos alemanes publican un manifiesto contra la vacuna de la viruela.

1899. La negativa de los soldados británicos a recibir la vacuna del tifus provoca numerosas bajas entre sus filas.

Finales del siglo XIX, el propio Louis Pasteur tuvo que enfrentarse a las reticencias de sus propios colaboradores de laboratorio ante sus nuevas ideas de vacunación.

Hacia el final del siglo XIX, los brotes de viruela en Estados Unidos condujeron a campañas de vacunación, pero también a actividades relacionadas en contra de las vacunas. En 1879 se fundó la Sociedad Antivacunación de Estados Unidos, después de una visita que hiciera a EE.UU. el británico William Tebb, quien objetaba la vacunación. Le siguieron dos ligas más, la Liga contra la vacunación obligatoria de Nueva Inglaterra (1882) y la Liga Antivacunación de la Ciudad de Nueva York (1885). Los opositores estadounidenses libraron batallas en los tribunales para derogar las leyes de vacunación en varios estados, como California, Illinois y Wisconsin.

En 1902, después de un brote de viruela, la junta de salud de la ciudad de Cambridge, Massachusetts, ordenó que todos los residentes de la ciudad fueran vacunados contra la viruela. Henning Jacobson, residente de la ciudad, se rehusó a vacunarse con base en que la ley violaba su derecho de cuidar su propio cuerpo como mejor pudiera, pero la ciudad presentó cargos penales en contra de Jacobson. Después de perder su batalla contra el tribunal a nivel local, Jacobson apeló ante la Corte Suprema de EE.UU. En 1905 la Corte falló a favor del estado, donde se declaraba que éste podía promulgar leyes obligatorias para proteger al público en caso de una enfermedad transmisible. Fue el primer caso de la Corte Suprema de Estados Unidos concerniente al poder estatal sobre las leyes de salud pública.

En la sentencia del Tribunal Supremo de 1905, conocida como Jacobson contra Massachusetts, que confirmó el derecho de los estados de EEUU a imponer la vacunación, el veterano juez de la guerra civil John Marshall Harlan sostuvo implícitamente la brutalidad de la obligatoriedad al afirmar que la autodefensa colectiva puede implicar a veces un riesgo de daño corporal para el individuo, como cuando se obliga a un ciudadano a "ocupar su puesto en las filas del ejército de su país y arriesgarse a ser abatido a tiros en su defensa".

En aquella época, el término "objetor de conciencia" se refería a alguien que se oponía a las vacunas. No fue hasta la Primera Guerra Mundial cuando pasó a referirse a alguien que se oponía a tomar las armas. Pero la sentencia de 1905 los movilizó, y en 1908 se creó la Liga Antivacunas de Estados Unidos

En el año 1904 en Río de Janeiro se desató la que fue conocida como la revuelta de la vacuna. El gobierno había impulsado la vacunación obligatoria contra la viruela en el marco de una serie de medidas de higiene urbana que dinamizaban un sentido excluyente de la modernización de la entonces capital de Brasil. Y con este descontento un grupo opositor intentó un golpe de estado que aprovechaba el desánimo de amplias capas populares, las cuales tenían preocupaciones tan urgentes y tan graves como la viruela y resultarían tan marginalizadas por la reforma (que dio lugar a las favelas) como por la enfermedad (que siguió produciendo muertes por varios años más).

En 1929, en Lübeck (Alemania), un lote contaminado de la vacuna BCG contra la tuberculosis provocó la muerte de 72 bebés y el resurgimiento del movimiento antivacunas en ese pais.

1974. La publicación del artículo «Neurological complications of pertussis inoculation» donde se declaraba que 36 niños habían sufrido problemas neurológicos después de recibir la vacuna DTP (Difteria, tétanos y tosferina) provoca disminución de las tasas de vacunación y tres epidemias importantes de tos ferina y difteria con miles de muertes.

1989. Se crea en España la Liga para libertad de la vacunación.

1998. La revista médica británica The Lancet publica un estudio firmado por el Dr. Andrew Wakefield y 12 coautores donde afirmaban que existía un vínculo entre la vacuna triple vírica (Sarampión, rubéola y parotiditis) y el autismo. El artículo provoca un descenso en las tasas de vacunación mundial. 

Andrew Wakefield recomendó investigar más a fondo una posible relación entre las enfermedades de colon, el autismo y la vacuna MMR. Pocos años después, Wakefield alegó que la vacuna no se había probado adecuadamente antes de utilizarla y los medios se apropiaron de estas historias, provocando el miedo del público y la confusión sobre la seguridad de la vacuna. Pero un hecho más grave ocurrió cuando Lancet publicó originalmente el trabajo de Wakefield, aunque declaró en 2004 que no debió haber publicado el estudio. El Consejo Médico General, un regulador independiente de médicos en el Reino Unido, descubrió que Wakefield tenía un “conflicto de intereses fatal”, ya que una junta legal le había pagado para indagar si había pruebas que sostuvieran un litigio convocado por padres de familia que creían que la vacuna había perjudicado a sus hijos. En el año 2010, The Lancet se retractó formalmente del estudio después de que el Consejo Médico General Británico falló en contra de Wakefield en varias áreas. Wakefield fue eliminado del registro de médicos de Gran Bretaña, y ya no puede ejercer su profesión médica en ese país.

2010. The Lancet se retracta al descubrir que los datos del estudio eran incorrectas y las conclusiones falsas. Andrew Wakefield es expulsado del Colegio de Médicos británicos. En enero de 2011, el BMJ publicó una serie de informes del periodista Brian Deer donde se exponían, a grandes rasgos, pruebas de que Wakefield había cometido un fraude científico al falsificar datos, y también que el médico esperaba recibir utilidades financieras de diversas maneras por sus investigaciones. Actualmente Wakefield vive en Texas, ha sido recibido por el presidente Trump, y ha recibido financiamiento de grupos de abogados relacionados con antivacunas.

El timerosal, un compuesto que contiene mercurio y se utiliza en las vacunas como conservante, también ha sido el centro de una controversia sobre la vacunación y el autismo. Aunque no existen pruebas científicas claras donde se especifique que son perjudiciales pequeñas cantidades de timerosal en las vacunas, en julio de 1999 organizaciones líderes en medicina y salud pública de EE.UU., así como algunos fabricantes de vacunas, estuvieron de acuerdo en que el timerosal debería reducirse o eliminarse de las vacunas, como una medida de precaución. En el año 2001, el Comité de Investigación sobre la Seguridad de las Vacunas del Instituto de Medicina emitió un informe en el que concluía que no existían pruebas suficientes para demostrar o refutar las afirmaciones acerca del timerosal en las vacunas infantiles y una reacción para provocar autismo, trastorno de déficit de atención e hipersensibilidad, o retraso en el habla o el lenguaje.Un informe más reciente del Comité “favorece el rechazo de una relación causal entre las vacunas que contienen timerosal y el autismo”. Aun con este hallazgo, algunos investigadores siguen estudiando los posibles vínculos entre el timerosal y el autismo.

A pesar de las pruebas científicas, las inquietudes sobre el timerosal han conducido a una campaña pública para tener “vacunas más ecológicas”, la cual busca eliminar las “toxinas” de las vacunas por temor de que estas sustancias conduzcan al autismo. La famosa Jenny McCarthy, su grupo de defensa Generation Rescue y la organización Talk about Curing Autism (TACA) han encabezado este proyecto.

Aunque hasta la fecha se siguen realizando estudios de investigación para evaluar la seguridad de la vacuna MMR,  ninguno ha podido aún establecer relación causal entre las vacuna y el autismo.

2014. Donald Trump, quién tres años después seria presidente de Estados Unidos, lanzaba un tuit en el que anunciaba que si llegaba a ser presidente lucharía porque los niños recibieran las vacunas adecuadas, de las que no causan “Autismo”. Luego acentuaria su posición favorable a estos movimientos.

2016-2017. El actor Robert de Niro, padre de un niño autista, apoya el documental antivacunas “Vaxxed: del encubrimiento a la catástrofe”. También presenta una iniciativa para premiar con 100.000 dólares cualquier avance para eliminar el mercurio de las vacunas.

2020-2021. Un grupo negacionista de la pandemia y el virus Covid-19 se instalan como los mayores promotores del pensamiento antivacunas, el grupo llamado "Médicos por la verdad" toma ideas de un movimiento alemán, que se hizo fuerte en España, y posteriormente en América Latina. 

En 2021 se realizan manifestaciones en Paris y Atenas, oponiéndose a la obligatoriedad de vacunarse.

Septiembre de 2021. El presidente de Brasil Jair Bolsonaro es noticia al ir a una asamblea de Naciones Unidas en Nueva York sin vacunarse. Luego en la asamblea expresó su desacuerdo con el pasaporte Covid. Fue fotografiado con sus colaboradores luego de que le fuera impedido entrar a un restaurante por no estar vacunado

Octubre 2021. Aunque no necesariamente antivacuna, se produjeron en Italia manifestaciones en oposición al llamado "pasaporte Covid" que varios países de la Unión Europea solicitan.  En noviembre se suceden manifestaciones en Austria, Alemania, Italia y Países Bajos al imponerse nuevas medidas de restricción por el avance de una nueva ola del SARS-CoV-2 en Europa. En el caso de Austria, hubo un intento de imponer restricciones parciales exclusivamente para no vacunados.

Las dudas para aplicarse la vacuna de Covid-19 eran altas en Estados Unidos y Canadá a mediados del año 2021 pero más vinculadas al temor al control gubernamental que a la efectividad de las mismas. Así se publica en un preprint

Para la misma época manifestantes contra la obligatoriedad de la vacuna para Covid-19 fueron reprimidos en Francia y Grecia. 

Enero de 2022: es detenido en Buenos Aires Eduardo Yhabes, un homeópata líder de los escasos antivacunas que existen en Argentina, por vender certificados de exención falsos. 

Febrero de 2022: camioneros en Canadá bloquean las ciudades de Ottawa y Ontario en protesta por la obligación de vacunarse. Lo mismo en Paris.

La viruela y las ligas anti vacunación en Inglaterra

La vacunación generalizada contra la viruela comenzó a principios del año 1800, después de los experimentos que hizo Edward Jenner con la viruela vacuna, donde demostró que podía proteger a un niño contra la viruela si lo infectaba con la linfa de una ampolla de la viruela vacuna. Sin embargo, las ideas de Jenner eran novedosas para su época, y de inmediato surgió la crítica pública, que se basaba en razonamientos variados e incluía objeciones sanitarias, religiosas, científicas y políticas.

Para algunos padres de familia, la vacunación contra la viruela provocaba miedos y protestas, ya que había que rasgar la carne del brazo de un niño e introducir la linfa de la ampolla de una persona que había sido vacunada aproximadamente una semana antes. Algunos opositores, incluidos los clérigos locales, creían que la vacuna “no era cristiana” porque provenía de un animal; para otros opositores, el descontento con la vacuna contra la viruela reflejaba su desconfianza general ante la medicina y a las ideas de Jenner sobre la transmisión de la enfermedad. Al sospechar de la eficacia de la vacuna, algunos escépticos alegaban que la viruela era el resultado de material en descomposición en la atmósfera. Por último, mucha gente objetaba la vacunación porque creía que atentaba contra su libertad personal, una tensión que empeoró cuando el gobierno desarrolló políticas para la vacunación obligatoria.

La Ley de vacunación de 1853 ordenaba la vacunación para bebés hasta de 3 meses de edad, y la Ley de 1867 amplió este requisito a 14 años, agregando penalizaciones por rechazar la vacuna. Las leyes tuvieron como resultado la resistencia de ciudadanos que exigían el derecho a controlar sus cuerpos y los de sus hijos. 

La ciudad de Leicester fue un lugar particular de actividad en contra de las vacunas, y sede de muchas agrupaciones en contra de la vacunación. El periódico local describió los detalles de una demostración: “Se formó una escolta, precedida por una pancarta, para escoltar a una joven madre y dos hombres, quienes habían resuelto entregarse a la policía y ser encarcelados antes de tener que vacunar a sus hijos... una gran multitud estaba al tanto de los tres... les dieron tres efusivas ovaciones, que se volvieron más vigorosas cuando cruzaron las puertas de las celdas de la policía”.La demostración contra la vacunación de Leicester, en marzo de 1885, fue una de las más notorias. Ahí, entre 80,000 y 100,000 opositores a las vacunas organizaron minuciosamente una marcha completa que incluía pancartas, el ataúd de un niño y una efigie de Jenner.

Dichas demostraciones, y la oposición general a las vacunas, condujeron a la creación de una comisión designada para estudiar la vacunación. En 1896, la comisión dictaminó que la vacunación protegía contra la viruela, pero sugería eliminar las penalizaciones por no vacunarse. La Ley de vacunación de 1898 eliminó las penalizaciones, e incluyó una cláusula de “opositor consciente”, de tal manera que los padres de familia que no creían en la seguridad o la eficacia de la vacunación podían obtener un certificado de exención.

Controversia sobre la vacuna contra la difteria, el tétanos y la tos ferina (DTP)

A mediados de la década de 1970 surgió una controversia sobre la seguridad de la vacuna DTP en Europa, Asia, Australia y América del norte. En Reino Unido surgió la oposición como respuesta a un informe del hospital pediátrico Great Ormond Street en Londres, que declaraba que 36 niños habían sufrido problemas neurológicos luego de recibir la vacuna DPT. Los documentales por televisión y los informes de prensa atrajeron la atención pública sobre la controversia. Un grupo de defensa, La Asociación de Padres de Niños Dañados por Vacunas (Association of Parents of Vaccine Damaged Chiledren, APVDC) lideró la protesta. Más tarde y como respuesta a la disminución de las tasas de vacunación, y a tres epidemias importantes de Tos ferina, la Junta Directiva sobre Vacunación e Inmunización (JCVI), un comité de expertos en Reino Unido confirmó la seguridad de la vacunación. No obstante continuó la confusión del público, en parte debido a las opiniones diversas dentro de la profesión médica; por ejemplo, las encuestas de proveedores médicos en el Reino Unido, a finales de la década de 1970, descubrieron que eran renuentes a recomendar la inmunización a todos los pacientes. Además, Gordon Stewart, un médico muy directo y opositor a la vacuna, publicó una serie de informes sobre casos que vinculaban trastornos neurológicos con la DTP, lo cual generó más debate. Como respuesta, la JCVI lanzó el Estudio Nacional sobre Encefalopatía Infantil (National Childhood Encephalopathy Study, NCES). El estudio identificaba a cada niño de entre 2 y 36 meses hospitalizado en Reino Unido por enfermedades neurológicas, y evaluaba si la inmunización estaba relacionada o no con el aumento de riesgo. Los resultados del NCES indicaron que el riesgo era muy bajo, y estos datos constituyeron una base de apoyo para realizar una campaña nacional a favor de la inmunización. Miembros de la APVDC siguieron argumentando en la corte, buscando reconocimiento y compensaciones, pero todo se rechazó debido a la falta de pruebas que vincularan a las lesiones con la vacuna DTP.

La controversia en Estados Unidos comenzó cuando los medios se enfocaron a los supuestos riesgos de la DTP. Un documental de 1982: DPT: Vaccination Roulette (DTP: La ruleta de la vacunación), describía supuestas reacciones adversas a la inmunización y minimizaba los beneficios. De manera similar, un libro de 1991 titulado: A Shot in the Dark (Un tiro en la oscuridad) definía los riesgos potenciales. Tal como en el Reino Unido, los padres de familia inquietos y molestos crearon grupos de defensa para las víctimas, pero la reacción de las organizaciones médicas, como la Academia de Pediatría y el Centros de Control y la Prevención de Enfermedades, fue más fuerte en Estados Unidos. Aunque la tormenta mediática inició varios juicios contra fabricantes de vacunas, provocó el aumento los precios, y también que algunas compañías dejaran de producir la DTP, afectó menos las tasas de inmunización, lo que no ocurrió en el Reino Unido.

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Las razones del desvarío. Antivacunas en Estados Unidos.  Septiembre 2021

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Movimientos antivacunas y sarampión

Horrors of vaccination. Schieferdeckerd. 1870 (libro on line)

31 de agosto de 2018

Snow y la epidemia del colera

John Snow (1813-1858) es considerado el padre de la epidemiologia moderna. 
A los 14 años, con la intención de ser médico John Snow se convierte en aprendiz de William Hardcastle, cirujano-farmacéutico de Newcastle, iniciando así un riguroso aprendizaje de cinco años. Y ya a los 17 años el joven tiene contacto con la primera de una serie de epidemias de cólera que afectaban a Inglaterra en general, y a Londres en particular, atendiendo a enfermos en la aldea minera de Killins-worth.

Es en Londres donde comienza a mostrar su don de observación al valorar enfermedades que afectaban a los estudiantes en el Westminster Hospital, y diseña una serie de experimentos que demuestran la toxicidad por inhalar vapores de arsénico, que por entonces se utilizaba en la conservación de cadáveres. 

Ya en 1844, con su titulo de Doctor de la Universidad de Londres, establece su consulta de cirujano y médico general en la céntrica zona londinense de Soho. Snow diseña un dispositivo de administración de éter y escribe una guía práctica para su uso, y en poco tiempo se transforma en uno de los más prestigiosos anestesiólogos de Inglaterra, contándose entre sus pacientes la misma Reina Victoria, a quién le suministró cloroformo durante el parto del principe Leopoldo (1853) y de la princesa Beatriz (1856), aunque no seria la anestesiología la que lo situaría dentro de la historia de la medicina. 

En 1848 se produce una segunda epidemia de cólera en Inglaterra con gran mortalidad. Por la época no se conocia la etiología ni mucho menos el modo de transmisión de esta enfermedad, lo que dió paso a dos grupos con sus teorias: los contagionistas sostenian que el cólera se adquiria por el contacto con el enfermo o sus pertenencias, para lo cual proponian cuarentenas, aislamientos de los enfermos y la quema de sus ropas y enceres; por otro lado estaban quienes apoyaban la teoria miasmática, en dónde algunas condiciones atmosféricas, en especial los vientos, transportaban vapores tóxicos emitidos por materia en descomposición, los miasmas. Snow no pensaba esto, ya que sus pacientes no presentaban síntomas respiratorios, y no podía explicar el síndrome diarreico que el veía. Por lo que decidió estudiar el comportamiento epidemiológico por si mismo.

Basándose en los registros de defunciones por cólera entre 1848 y 1849 observó que los distritos de la zona sur de Londres concentraban la mayor cantidad de casos en términos absolutos y también la más alta tasa de mortalidad, muy diferente a la del resto de la ciudad (8 muertos en el sur y 2,4 defunciones por mil habitantes en el resto de la ciudad de Londres). También observó que los habitantes de la zona sur obtenían agua para beber rio abajo del Támesis, dónde las aguas estaban muy contaminadas, a diferencia de los habitantes del resto de Londres. Con esto en mente, en 1849 sugirió una hipótesis innovadora, por la cual el cólera se transmitía a través de la ingestión de una "materia mórbida" invisible al ojo humano, que debía actuar en los intestinos, dando lugar al tipo de diarrea que se observaba. Esta "materia mórbida" había de reproducirse y eliminarse a través de las deposiciones, contaminando el rio. Así cuando la gente bebía de esta agua se contaminaba, cerrando de este modo el ciclo de contagio. Snow publica esto, por lo cual recibió grandes críticas y su teoría no fue aceptada, ya que la comunidad médica de por entonces estaba más vinculada a la teoría miasmática.

Entre 1853 y 1854 una tercera epidemia de cólera azota a Londres, con lo que Snow ya no sólo observa que la gente de algunos distritos del sur de la ciudad toman agua de afluentes menores del Támesis, sino que también la obtienen de bombas de agua de uso público, abastecidas por dos compañias, Southwark and Vauxhall Water Company (SVWC o S-W) y Lamberth Water Company (LWC o L). Y los desechos eran vertidos en alcantarillas o directamente en el rio. Durante la epidemia de 1849 ambas compañias extraian el agua de sectores contaminados del rio, pero en 1853 LWC traslada sus instalaciones rio arriba, donde el agua no estaba contaminada. De esta manera Snow se percata que este hecho podría demostrar sus teorías, dándole un sustrato empírico a las mismas. 

Con una simple tabla le permite concluir que los hogares abastecidos por la S-W tenian una mortalidad 8,5 veces mayor que los abastecidos por la LWC. 

En Septiembre de 1854, solo en diez días, 500 personas mueren, por lo que Snow luego de observar, y analizar sus datos, también realiza un mapa de la zona, todo esto en tiempos que no existía el GPS.

Sin mayor problema Snow identificó que la mayor mortalidad se daba en hogares abastecidos por la bomba de Broad Street y Cambridge, la cual en días anteriores a la epidemia había sido reportada por tener mal aspecto y olor. Aunque algo no terminaba de convencer, ya que no todos en la zona habían enfermado, hasta que encontró que las personas de la cerveceria tomaban sólo cerveza, y las del hospedaje se abastecian por un arroyo privado, a lo cual agregó muertes de personas de otros lugares de Londres que habian tomado agua de la misma bomba. Con estos datos pidió a las autoridades que cerraran la bomba, lo cual fue hecho con la natural oposición de los habitantes. Aunque esto disminuyó la incidencia, no alcanzó a eliminar el problema, por lo que un año después la bomba fue habilitada. No seria hasta la epidemia de 1866, y con el avance  de las teorías de Pasteur, presentadas inicialmente alrededor de 1853, para que estas teorías comenzaran a ser aceptadas. Aunque Snow no pudo ver este triunfo.

En los últimos años, estos estudios fueron analizados con técnicas de regresión logistica, confirmando nuevamente que Snow tenia razón. 

Snow, contemporáneo también de Semmelweiss, aunque con mejor destino, aplicó la observación, la tabulación de los datos, y la inestimable lógica que es lo que en definitiva lo lleva a ocupar su lugar en la historia de la medicina.

26 de mayo de 2017

Mary Wortley Montagu y la variolización

Aunque todos atribuyen a Edward Jenner el descubrimiento de la vacuna contra la viruela, lo cierto es que, más de 70 años antes, cuando Jenner ni siquiera había nacido, hubo una mujer que extendió por Europa la práctica de inocular a niños y jóvenes con pus de enfermos para inmunizarles frente a esta enfermedad.

Hablamos de Mary Wortley Montagu que un 26 de mayo de 1689 nacía en Inglaterra,  una mujer de origen aristócrata que vivió una vida nada convencional para los cánones de la época. Lady Montagu, cuyo nombre de soltera era Mary Pierrepoint, fue una autodidacta que aprovechó, desde su más tierna infancia, la posibilidad de aprender idiomas y de estudiar a los clásicos en la biblioteca de su padre. Escribía poesía y ensayos, se declaraba una amante de la lectura y llegó a dirigirse al obispo de Salisbury para quejarse de las dificultades que tenían las mujeres para acceder a la cultura.

Ella, sin embargo, no se conformó con seguir el camino marcado para una joven de su categoría social. Huyó de un matrimonio pactado para casarse por amor con Edward Wortley Montagu, quien en 1716 fue nombrado embajador de la corte turca. De este modo, lady Montagu acabó mudándose con su familia a Constantinopla (actual Estambul) y, gracias a su curiosidad natural, logró sumergirse en la vida oriental y conocer de cerca las costumbres turcas. Además, a través de sus cartas a amigos y familiares dio a conocer todos sus descubrimientos de este mundo por entonces tan desconocido, y su obra se ha convertido en una referencia del género epistolar y de la literatura viajera de la época.

Cartas desde Estambul

Fue en Estambul donde Mary Montagu observó una curiosa costumbre que conseguía mantener a raya a la viruela, una enfermedad devastadora que ella misma había sufrido con 26 años y que se había llevado por delante la vida de su hermano. Se trataba de la inoculación o variolación, una práctica originaria de China y la India que se fue extendiendo por toda Asia.

“La viruela, tan fatal y frecuente entre nosotros, aquí es totalmente inofensiva gracias al descubrimiento de la inoculación, (así es como la llaman)”, relata en una de sus cartas a su amiga Sarah Chisvell. “Existe un grupo de mujeres ancianas especializadas en esta operación. Cada otoño, en el mes de septiembre, que es cuando el calor se apacigua, las personas se consultan unas a otras para saber quién de entre ellos está dispuesto a tener la viruela…”. La técnica descrita consistía, básicamente, en inocular a los voluntarios con pus de enfermos en cuatro o cinco venas abiertas. Lady Montagu había observado la eficacia del método y llegó a probarlo en su propio hijo Edward. Desde entonces, se propuso hacer llegar esta costumbre a su tierra para hacer frente a la enfermedad, como así puso de manifiesto en la citada carta: “Soy lo bastante patriota para tomarme la molestia de llevar esta útil invención a Inglaterra y tratar de imponerla”, afirmaba.

Lady Mary Wortley Montagu con su hijo Edward Wortley Montagu y sus asistentes

Y así lo hizo. A su regreso a Inglaterra, usó sus influencias y sus dotes de persuasión y llegó a convencer a la esposa del futuro rey Jorge II para inocular a su hijo. No fueron estos los únicos monarcas seducidos por el exótico método importado de Oriente: la influencia de Mary Montagu llegó a la corte francesa gracias a la aprobación del rey Luis XV y en Italia toda la familia real de Nápoles fue vacunada en 1777.

Para la misma época el conocimiento difundido por esta noble llegaría al mismo General George Washington, quien al mando de las tropas continentales intentaba liberar a su tierra del imperio Británico. Fue en esos años que los constantes azotes de la viruela dentro de sus tropas le obligaron a utilizar esta técnica. 

Mary Montagu no fue una científica en el término más estricto, pero estudió los efectos de la inoculación a través de dos ensayos clínicos: uno con seis condenados a muerte en la prisión de Newgate y otro con varios niños de un orfanato de Westminster. Gracias a esta suerte de experimentos fue como su método se empezó a difundir –y a salvar vidas– por toda Europa.

Lady Montagu fue una mujer excepcional que vivió como quiso sin temer juicios, represalias ni escándalos. Desheredada de la fortuna familiar debido a su apasionado matrimonio, años más tarde se separó y se fue a vivir a Venecia con su nuevo amante, una relación que tampoco prosperó. Fue independiente, se rodeó de intelectuales, escribió, viajó y defendió los derechos de las mujeres. Se dice que, antes de morir a consecuencia de un cáncer de mama, sus últimas palabras fueron: “ha sido todo muy interesante”. Murió en Londres en agosto de 1762 y sus poemas también son recordados. 

Referencias
  • Rita Levi-Montalcini y Giuseppina Tripodi. Las pioneras. Editorial Crítica, 2011
  • José Tuells, La introducción de la variolización en Europa, Asociación Española de Vacunología, 2006
  • Sandra Ferrer Valero, Cartas desde Estambul, Lady Mary Wortley Montagu (1689-1762), Mujeres en la historia, 26 noviembre 2012
  • Virginia Mendoza, Lady Montagu: la viajera que introdujo la cura de la viruela en Occidente, Yorokobu, 21 diciembre 2017
  • Christine L. Case and Chung King-ThomMontagu and Jenner: The Campaign against Smallpox, SIM News, 47 (2): 58–60, 1997
  • https://mujeresconciencia.com/2018/10/30/mary-wortley-montagu-y-la-inoculacion-de-viruela/Victoria González es bióloga especializada en periodismo de ciencia y medio ambiente. 
  • La cantidad de pinturas que hay de ella denota que fue una personalidad importante. A diferencia de quienes hoy colocan selfies en redes sociales para pretender lo mismo. 

13 de agosto de 2015

Semmelweis y el lavado de manos

Ignaz Philip Semmelweis fue un médico húngaro que inició estudios en su natal Budapest y los culminó en Viena en 1845. Es médico auxiliar del Hospital General de Viena, con dos grandes pabellones de maternidad, el primero dirigido por el doctor Klein, atendido por estudiantes de medicina, el segundo, atendido por comadronas, bajo la dirección del Dr. Bartsch. Al Pabellón I entró en 1846 a trabajar el recién graduado Semmelweis, a sus 28 años.

Ante el aumento de la mortalidad materna se reunió una comisión académica para estudiar la alta mortalidad y determinó que las condiciones atmosféricas-cósmico-telúricas e higrométricas y el exceso de enfermos, eran la causa, recomendando el empleo intensivo de purgas y sangrías. Estas eran las teorias más populares de la época.  Klein sostenía que el examen, realizado por las manos masculinas, más toscas, hería el pudor de las mujeres, y acusó a los estudiantes extranjeros de ser más toscos, logrando excluirlos del pabellón, disminuyendo los estudiantes de 80 a 20, bajando las cifras de mortalidad materna y triunfando Klein. Las usuarias eran proletarias, sirvientas, obreras, madres solteras, prostitutas y mendigas, lo que hace notar a Semmelweis que, en los círculos elevados de la ciudad, "las parturientas del alto grado no mueren a causa de sentirse heridas en sus sentimientos de pudor, en la misma medida que lo hacen las desvergonzadas rameras del arroyo".  Claramente nuestro héroe entendía que las causas atmosféricas, si esa era la razón, se daban debia influir tanto en uno como en el otro grupo, lo cual claramente no sucedía. La causa, dirá Semmelweis: "reside en determinadas particularidades de nuestra sala, en ninguna otra cosa". Por sus opiniones, Semmelweis cae en desgracia ante su jefe Klein.

Los estudiantes de medicina acudían en la mañana al anfiteatro donde practicaban necropsias en los cadáveres de las maternas fallecidas por la Fiebre puerperal, con signos de septicemia en sus órganos. Del anfiteatro pasaban a la sala de partos, sin cambiar de ropa ni lavar las manos, a atender a las parturientas recién ingresadas en el temido pabellón. Semmelweis obliga a los estudiantes a lavarse las manos antes de ir a la sala de partos. Los estudiantes se indignan, protestan airados, se niegan a lavarse como las comadronas. Klein afirma que no tolerará tal extravagancia de Semmelweis, quien contraataca: "El que reconoce a una mujer embarazada sin antes lavarse las manos es un Asesino. ¡Todos ustedes son unos asesinos!".

Semmelweis, es despedido del Hospital al día siguiente. Viaja a Venecia y, al regresar, se entera de la muerte de su amigo Kolletschka, herido en un dedo durante una autopsia, revisa la descripción de la necropsia, encontrando lesiones anatomo patológicas similares a las encontradas en las autopsias de la Fiebre puerperal y concluye: "La Fiebre puerperal es una septicemia producida por un veneno que se forma en los cadáveres… Los estudiantes son los que, con sus dedos ensuciados durante las autopsias, transmiten los funestos gérmenes cadavéricos a los órganos sexuales de las mujeres embarazadas." Decide usar una sustancia desodorante, el cloruro de calcio, para lavar las manos.

Para probar su teoría, se hace nombrar nuevamente en el Hospital de Viena, gracias a los oficios del profesor Skoda, esta vez en el Pabellón de Bartsch, a donde hace trasladar a los estudiantes de medicina, enviando a Klein las comadronas. Semmelweis coloca una jofaina con el cloruro de calcio y obliga a médicos y estudiantes, que provengan del anfiteatro, a lavarse las manos antes de atender a las pacientes de la sala de partos. Como un tirano perseguía a todo el mundo para obligarlo a lavarse las manos, a las buenas o a las malas. A raíz de la medida, la mortalidad disminuyó del 27% al 12%. Al comprobar que la infección también se daba de una materna infectada viva a otra, obliga a todos a lavarse las manos, aunque no asistieran al anfiteatro. La mortalidad baja al 0.2%, quedando demostrada la teoría de Semmelweis. Cada vez que una materna muere en su pabellón, acusa a los obstetras y a los estudiantes de asesinos a gritos.

Semmelweis vuelve a perder su puesto en el Hospital, en 1849. Derrotado, regresa a su natal Hungría, donde se hunde en la locura y la miseria siete años.  Escribe Etiología, Concepto y Profilaxis de la Fiebre Puerperal, en 1862, y publicó su demoledora obra Carta abierta a los Profesores de Obstetricia, donde empieza llamándolos asesinos. Pega carteles por la ciudad, donde advierte a los padres sobre el riesgo de ser atendidas sus hijas o mujeres, por un médico, lo que equivalía –según él- a la muerte segura de la futura madre. Su salud mental se agrava, es enviado a Viena en 1865 donde lo hospitalizan en el psiquiátrico donde muere. Algunos postulan que pudo haber padecido de neurosifilis, contraída durante su trabajo en Viena. El día anterior a su muerte, el cirujano inglés Joseph Lister, emplea por primera vez el tratamiento antiséptico en las heridas con excelentes resultados. 

Los datos
 
En el Pabellon I del Hospital (donde el jefe era el Dr. Klein), en 1844 de un total de 3.157 madres murieron 260, un 8,2% por fiebre puerperal, al año siguiente murió el 6,8% y en 1846 aumentó al 11,4%. Esto resultaba alarmante porque en una sala adyacente, el Pabellon II, y para los mismos años la mortalidad fue de 2,3%, 2% y 2,7%. 
Y ¿cómo podía hacerse compatible esta concepción con el hecho de que mientras la fiebre asolaba el hospital, apenas se producía caso alguno en la ciudad de Viena o sus alrededores? Una epidemia de verdad, como el cólera, no sería tan selectiva.
Finalmente, Semmelweis señala que algunas de las mujeres internadas en la División Primera que vivían lejos del hospital se habían visto sorprendidas por los dolores de parto cuando iban de camino, y habían dado a luz en la calle; sin embargo, a pesar de estas condiciones adversas, el porcentaje de muertes por fiebre puerperal entre estos casos de “parto callejero” era más bajo que el de la División Primera. Según otra opinión, una causa de mortandad en la División Primera era el hacinamiento. 
 
Pero Semmelweis señala que de hecho el hacinamiento era mayor en la División Segunda, en parte como consecuencia de los esfuerzos desesperados de las pacientes para evitar que las ingresaran en la tristemente célebre División Primera. Semmelweis descartó asimismo dos conjeturas similares haciendo notar que no había diferencias entre las dos divisiones en lo que se refería a la dieta y al cuidado general de las pacientes.
 
 
En 1846, una comisión designada para investigar el asunto atribuyó la frecuencia de enfermedad en la División Primera a las lesiones producidas por los reconocimientos poco cuidadosos a que sometían a las pacientes los estudiantes de medicina, todos los cuales realizaban sus prácticas de obstetricia en esta División.

Semmelweis señala, para refutar esta opinión, que:

a) las lesiones producidas naturalmente en el proceso del parto son mucho mayores que las que pudiera producir un examen poco cuidadoso;
b) las comadronas que recibían enseñanzas en la División Segunda reconocían a sus pacientes de un modo muy análogo, sin por ello producir los mismos efectos;
c) cuando, respondiendo al informe de la comisión, se redujo a la mitad el número de estudiantes y se restringió al mínimo el reconocimiento de las mujeres por parte de ellos, la mortalidad, después de un breve descenso, alcanzó sus cotas más altas. 
 
Se acudió a varias explicaciones psicológicas. Una de ellas hacía notar que la División
Primera estaba organizada de tal modo que un sacerdote que portaba los últimos auxilios a una moribunda tenía que pasar por cinco salas antes de llegar a la enfermería: se sostenía que la aparición del sacerdote, precedido por un acólito que hacía sonar una campanilla, producía un efecto terrorífico y debilitante en las pacientes de las salas y las hacía así más propicias a contraer la fiebre puerperal. En la División Segunda no se daba este factor adverso, porque el sacerdote tenía acceso directo a la enfermería. 
 
Semmelweiss decidió someter a prueba esta suposición. Convenció al sacerdote de que debía dar un rodeo y suprimir el toque de la campanilla para conseguir que llegara a la habitación de la enferma en silencio y sin ser observado. Pero la mortalidad no decreció en la División Primera. 
 
A Semmelweis se le ocurrió una nueva idea: las mujeres, en la División Primera, yacían de espaldas; en la Segunda, de lado. Aunque esta circunstancia le parecía irrelevante, decidió, aferrándose a un clavo ardiendo, probar a ver si la diferencia de posición resultaba significativa. 
 
Hizo, pues, que las mujeres internadas en la División Primera se acostaran de lado, pero, una vez más, la mortalidad continuó.  
 
Finalmente, en 1847, la casualidad dio a Semmelweis la clave para la solución del problema. Un colega suyo, Kolletschka, recibió una herida penetrante en un dedo, producida por el escalpelo de un estudiante con el que estaba realizando una autopsia, y murió después de una agonía durante la cual mostró los mismos síntomas que Semmelweiss había observado en las víctimas de la fiebre puerperal. Aunque por esa época no se había descubierto todavía el papel de los microorganismos en ese tipo de infecciones, Semmelweis comprendió que la “materia cadavérica” que el escalpelo del estudiante había introducido en la corriente sanguínea de Kolletschka había sido la causa de la fatal enfermedad de su colega, y las semejanzas entre el curso de la dolencia de Kolletschka y el de las mujeres de su clínica llevó a Semmelweiss a la conclusión de que sus pacientes habían muerto por un envenenamiento de la sangre del mismo tipo: él, sus colegas y los estudiantes de medicina habían sido los portadores de la materia infecciosa, porque él y su equipo solían llegar a las salas inmediatamente después de realizar disecciones en la sala de autopsias, y reconocían a las parturientas después de haberse lavado las manos sólo de modo superficial, de modo que estas incluso conservaban a menudo un característico olor a suciedad. 
 
Una vez más, Semmelweis puso a prueba esta posibilidad. Argumentaba él, que si la suposición fuera correcta, entonces se podría prevenir la fiebre puerperal destruyendo químicamente el material infeccioso adherido a las manos. Dictó, por tanto, una orden por la que se exigía a todos los estudiantes de medicina que se lavaran las manos con una solución de cal clorada antes de examinar a una enferma. La mortalidad puerperal comenzó a decrecer, y en el año 1.848 descendió hasta el 1,27% en la división primera, frente al 1,33% de la segunda. 
 
En apoyo de su idea, o como también diremos, de su hipótesis, Semmelweis hace notar además que con ella se explica el hecho de que la mortalidad de la división segunda fuera mucho más baja: en esta las pacientes estaban atendidas por comadronas, en cuya preparación no estaban incluidas las prácticas de anatomía mediante la disección de cadáveres. 
 
La hipótesis explicaba también el hecho de que la mortalidad fuera menor entre los
casos de “parto callejero”: a las mujeres que llegaban con el niño en brazos casi nunca se las sometía a reconocimiento después de su ingreso, y de este modo tenían mayores posibilidades de escapar a la infección.
Posteriores experiencias clínicas llevaron pronto a Semmelweiss a ampliar sus hipótesis. En una ocasión, por ejemplo, él y sus colaboradores, después de haberse desinfectado cuidadosamente las manos, examinaron primero a una parturienta aquejada de cáncer cervical ulcerado; procediendo luego a examinar a otras doce mujeres de la misma sala, después de un lavado rutinario sin desinfectarse de nuevo. Once de las doce pacientes murieron de fiebre puerperal. Semmelweiss llegó a la conclusión de que la fiebre puerperal podía ser producida no sólo por materia cadavérica sino también por materia pútrida procedente de organismos vivos. 
 
Antes de el, ya otros médicos propugnaron la desinfección de las manos, en 1795 fue el obstetra Alexander Gordon de Aberdeen en Escocia, y en 1829 el Dr. Robert Collins en Dublín, que también fueron rechazadas por la comunidad científica. 

Tras presentar a los colegas médicos sus conclusiones con datos objetivos, no solo le negaron la evidencia, sino que le acusaron de insultar la imagen de los médicos, y es que Semmelweis no podía explicar el porqué de esos resultados, además, culpaba a los propios galenos de ser los responsables de la muertes de sus pacientes. Al regresar a Pest, en Hungría, al pequeño Hospital Szent Rókus, aplicó su método y redujo nuevamente la tasa de mortalidad.

Los principios de la higiene en la historia se remontan, entre otros, a la ley mosaica, que data del siglo dieciséis antes de nuestra era, cualquiera que tocara un cadáver se consideraba contaminado durante siete días y debía pasar por un procedimiento de higiene que incluía bañarse y lavar sus ropas. Durante ese período, la persona debía evitar todo contacto con otros (Números 19:11-22).

El lavamanos de Semmelweis

The mothers might live. Video. 1939.