Mostrando las entradas con la etiqueta gripe A. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta gripe A. Mostrar todas las entradas

1 de diciembre de 2011

Gripe A

A más de un año de que se comunicaran los primeros casos en México, el periódico El Mundo publicaba un análisis de Antoni Trilla, en el que afirmaba que retrospectivamente no hacia falta tanta alarma.
Los primeros casos difundidos fueron reportados en México en Abril del 2009, aunque luego se sabria que ya había 3 casos al menos en California, extendiéndose rapidamente la epidemia al hemisferio austral quien comenzaba el otoño. En Argentina se reportarian los primeros casos en Mayo de ese año. En Junio la OMS declaró la pandemia, basado en una definición que no tiene en cuenta la gravedad.
Recibió múltiples nombres, al principio fue llamada gripe Mexicana y luego gripe porcina, por haberse detectado su paso desde una granja de cerdos a humanos, para posteriormente ser llamada "gripe nueva" en España, o "gripe A" en Argentina, y la OMS lo llamó "gripe pandémica".
El pico de la epidemia en Argentina se alcanzó a principios del invierno austral, a fines de Junio, y para Julio la cantidad de muertos era apenas superior a 200 y al año se contabilizaron 687, lejos de los 3 mil muertes que anualmente se adjudicaban a la gripe estacional, aunque la cantidad de consultas se multiplico por cinco. El nivel de alarma fue sin duda desproporcionado, y alimentado por los medios de comunicación que hicieron de cada muerte un espectáculo.  Para tener una idea de la magnitud en Argentina se reportaron el 2009: 7.885 muertes en accidentes de tránsito, y en 2010 7.659 muertes.
Esta gripe tuvo gran morbilidad en niños y adolescentes, y el pico de la epidemia en el hemisferio sur fue en el invierno del 2009 y sin vacunas. Ya en el hemisferio norte las vacunas para el otoño boreal estaban disponibles y la vacunación fue dispar, a punto tal que paises como Polonia no vacunaron tempranamente a su población y solo tuvieron una caída más lenta del número de casos.  
Todo lo que opinamos entonces estaba en un blog ahora desaparecido de las redes, una opinión igual a la que hoy sostenemos, aunque en el momento que lo escribimos no teniamos las evidencias que hoy tenemos. Sin duda no hubo exceso de mortalidad. Y lo más peligroso que tuvo la pandemia fue el nivel de desinformación, tanto de quienes proclamaban su peligrosidad, como los de aquellos que también la soslayaban, pero desde distintas teorias conspirativas. Y el motivo de esta publicación es revisar en que pudimos equivocarnos o no, simplemente para no cometer iguales errores, lo que no es poco.
Uno de los más grandes errores de la OMS fue posiblemente declarar una pandemia con tan pocos datos, lo que sin duda minó su prestigio dentro de una parte del personal sanitario.
El temor inicial estaba justificado ya que se trataba de un virus muy parecido al de la gripe española de 1918 (ambos H1N1) y que se asegura circulo al menos hasta 1957, cuando fue reemplazado por otro virus de gripe (gripe asiática H2N2). 
Para tener una idea de la mortalidad basta decir que en la primera guerra mundial se estima murieron 10 millones de personas, y por la gripe española entre 2 y 4 veces más. Sin duda el contexto de un mundo devastado por la miseria y la guerra, y lo que no había sido destruido tampoco reunía las condiciones sanitarias que existen actualmente, ayudaron a que la mortalidad fuera mayor. 
La tasa de ataque fue mayor en niños y jóvenes, atribuido esto a que los nacidos antes de 1958 probablemente tenían algún tipo de inmunidad natural. Aunque en 1918 también había sido esta la población más susceptible. Esto si la diferenció de la gripe estacional que anualmente atacaba a mayores de 65 años y con factores de riesgo asociados. 
No hubo ninguna diferencia clínica entre la nueva gripe y las gripes estacionales. Y quizás las mayores diferencias se dieron en la respuesta de la sociedad y de los médicos. Abundaron las teorías conspirativas, las amenazas de que se podría llegar a 10 millones de muertos, y también las fiestas de gripe A con el que muchos padres llevaban a contagiar a sus hijos para que desarrollaran inmunidad natural. Aunque la tendencia general fue de mucho miedo, por el cual algunos blogs sanitarios nos  agrupamos para transmitir un poco de calma, supongo que no lo logramos ya que la presión de los grandes medios de comunicación seguramente es mayor que la de un grupo de sitios de salud. 
También se discutió apasionadamente sobre la eficacia del oseltamivir (Tamiflú) y zanamivir (Relenza), llegando dos laboratorios a no brindar la evidencia requerida a Colaboración Cochrane. También hubo muchas dudas iniciales con las vacunación, sobre su seguridad y eficacia, ya que hasta ese momento en muchos países solo se vacunaba contra influenza a niños y adolescentes con comorbilidades, y a partir del 2009 esta indicación se amplió a todos los niños, adolescentes, embarazadas y adultos mayores de 65 años. Afortunadamente ambas dudas, seguridad y eficacia, fueron disipadas tempranamente con evidencia, aunque también podrían reformularse las indicaciones.
Desconocemos cuales son las tasas efectivas de vacunación actuales, aunque teniendo en cuenta lo que sucede con otras vacunas, seguramente en niños las mismas sean también altas. 

Algunas publicaciones escritas en la época:

Imágen: Mónica Lalanda

https://www.elespanol.com/ciencia/salud/20220511/confirman-ultimo-gran-secreto-gripe-madre-actual/671433272_0.html

9 de julio de 2009

Un virus es un virus es un virus es un virus

La crisis que estamos viviendo bajo la dictadura del virus A (H1N1) implica peligros, pero puede ser la oportunidad para modificar errores que por tan rutinarios no se discuten.
La idea implantada por la industria farmacológica de que toda enfermedad tiene un remedio creó el hábito de tomar una droga química para cada síntoma.
Los medicamentos para bajar la fiebre son un ejemplo de esa regla que hoy tenemos la oportunidad de cuestionar. La fiebre es un mecanismo de defensa verdaderamente ingenioso. Si no existiera habría que inventarlo y su inventor entraría con honores a la historia de la medicina. La elevación de la temperatura corporal inhibe el crecimiento y la reproducción de organismos infecciosos y es el protagonista principal de una cascada de reacciones inmunitarias celulares. A los virus, que sobreviven y se reproducen cómodamente en ambientes fríos, se les complica la vida cuando la temperatura de la sangre alcanza los 39 grados; su fantástica capacidad de replicación se hace lenta hasta quedar desactivados.
La fiebre no es una enfermedad. La fiebre no hace daño. La fiebre cura. Entonces, ¿por qué los médicos recetan rutinariamente antitérmicos? Un residente de un hospital respondió con una honestidad desarmante:
–Porque existen.
Los antigripales son otra invención farmacológica de uso corriente. Combinan antitérmicos con drogas descongestivas o antialérgicas que coartan la fiebre, la congestión y el malestar general. El paciente hace su vida normal como si no estuviera enfermo. No sólo expone a otras personas al contagio, sino que además está más enfermo que antes porque su organismo sigue a merced del virus, pero ahora está maniatado y amordazado. Su ejército de células defensivas duerme tranquilo en los cuarteles. No corre al sitio de la infección porque la alarma está desactivada. Pido disculpas por la metáfora castrense, pero por dentro las cosas funcionan exactamente así. Una perversión suplementaria son las preparaciones que la publicidad y los envases engañosos venden como “té” para que hasta los no creyentes se traten con paracetamol y fenilefrina cuando creen estar tomando el tecito reconfortante de la abuela.
Una de las oportunidades más interesantes que nos presenta esta crisis es la de regular el uso de los antibióticos, drogas que han cambiado la relación histórica de los humanos con las infecciones por su eficacia contra las bacterias.
A los virus, en cambio, un antibiótico los hace reír a carcajadas. La diferencia formal puede medirse en micromicrones, pero desde el punto de vista biológico es una inmensidad. Comparar un virus con una bacteria es como comparar una moto con una mandarina. Los virus no entran en la categoría de seres vivos como el resto de los gérmenes. Una de las definiciones más precisas dice que son maquinarias programadas para la supervivencia. No son animales, plantas, parásitos, hongos ni bacterias; son meros contenedores de ADN diseñados para obligar a las células vivas a perpetuar su información genética. En el camino hacia ese objetivo los virus infectan, invaden y destruyen células y tejidos sanos, mutando y recombinándose para eludir los radares de la inmunidad. Los antivirales no los matan; sólo retrasan su multiplicación. Y su uso indiscriminado puede estimularlos a mutar para hacerse resistentes a los que se están usando en enfermos de gripe A (H1N1).
Sin embargo, todos los argentinos conocemos a alguien que cuando tiene un dolor de garganta o una gripe va a la farmacia, elige al azar un antibiótico y lo toma como le parece. Esa persona está poniendo en peligro su propia inmunidad y por un efecto de ruleta rusa darwiniana, la de todo el género humano.
Los pacientes no tienen la obligación de saber que los antibióticos sólo actúan sobre las bacterias (tampoco todos sobre todas ellas) y que su mal uso puede crear un microorganismo resistente a todos los antibióticos conocidos. Los pacientes saben lo que la publicidad y sus médicos les enseñan. Y demasiados médicos recetan antibióticos cuando son innecesarios. Los testimonios de personas infectadas por el nuevo virus confirman conductas médicas injustificables: “Le dieron un antibiótico, después otro y otro, hasta que al fin se dieron cuenta de que lo que tenía era viral”. La única explicación posible para esto la dio un joven clínico en un ateneo:
Si viene con una gripe y no le receto el antibiótico más caro, ese paciente cree que no sé nada y no vuelve más.

Estas aberraciones médicas sólo ocurren porque el sistema de salud las avala con el consentimiento o con el silencio. La venta libre de antibióticos es un mensaje. Su venta bajo receta haría comprender a los pacientes que no son drogas inocuas y obligaría a los profesionales a hacerse cargo de la responsabilidad de indicarlos con fundamento científico.

Mónica Muller. Médica clínica. En Página 12.

Imagen: Mónica Lalanda