De “Crónicas del Ángel Gris”
25 de abril de 2015
El psicoanálisis en Flores
De “Crónicas del Ángel Gris”
2 de enero de 2008
La ciencia en Flores
Así, esta comparsa racionalista se ha esforzado, utilizando cifras, vectores y logaritmos, en representar cosas tales como el tango El Entrerriano o los celos de las novias de la calle Artigas.
Existía un minucioso catálogo de cosas inexistentes que se actualizaba cada año.
Allí figuraban los sueños, las esperanzas, el hombre de la bolsa, el alma, el ornitorrinco, el catorce de espadas, el Ángel Gris de Flores, el gol de Ernesto Grillo a los ingleses, la generala servida y la angustia.
Otra publicación venerada fue el desmesurado libro Un Amor así de Grande, resultado del afán de medirlo todo. En ese trabajo no solo se otorgan valores numéricos a los colores, aromas y formas, sino también a las sensaciones espirituales más sutiles.
A lo largo de cien capítulos se establece la cantidad de adrenalina que produce un individuo antes de ser vacunado, el volumen que alcanzan las lágrimas de una madre a lo largo de su vida, la cantidad de cera que lleva en sus oídos el conjunto de habitantes de la ciudad de Buenos Aires (suficiente al parecer para lustrar todos los pisos del edificio de Obras Sanitarias), y la energía que se consume en un suspiro.
Algunos datos producen indignación en las almas sencillas: para esta gente la novela Madame Bovary consiste en una cierta mezcla de medio kilo de papel y un cuarto de litro de tinta. Los elementos químicos que componen al hombre son descriptos puntualmente con su precio en las farmacias de la zona. De este modo se llega a la conclusión que mas barato resulta un señor robusto que un velador.
No hace falta indicar el gran éxito obtenido por esta curiosa forma de evaluar el universo. Constantemente podemos oír en la radio las declaraciones de brillantes deportistas que manifiestan hallarse en un setenta y cinco por ciento, vaya a saber de qué. Los chicos preparan tablas de posiciones en las que dan a entender que quieren primero a su madre, después a su padre, en tercer lugar a la abuela y en el cuarto —lejos— al tío Julián. Los boletines de calificaciones no son otra cosa que la versión escolar del pensamiento de los Refutadores. Aquí la descripción de la conducta de un alumno que no ha estudiado su lección, se reduce a un redondo cero. Por el contrario, un estudiante talentoso y perseverante será premiado no con un cariño ni con una frase estimulante, sino con un diez.
No se sabe si los Refutadores de Leyendas escribían cartas de amor, pero no seria extraño que sus más tiernas declaraciones consistieran en gráficos representativos del progreso de sus sentimientos.
Todo este arrebato cientificista no pudo menos que causar la repugnancia de los Hombres Sensibles de Flores, que confiaban más en las corazonadas que en la razón.
Como siempre ocurre, los excesos racionales generan desaforadas rebeliones románticas. Pero en el barrio de Flores esa rebelión no se manifestó únicamente a través del arte, sino que tuvo lugar —además— en el propio terreno científico.
La Sociedad de Científicos Sentimentales nació gracias al impulso del profesor Aurelio C. Frascarelli, quien harto de la deshumanización de las disciplinas científicas resolvió ponerle un poco de sangre al frío mundo de las raíces cuadradas y las cotangentes.
Este pensador delirante fundó la sociedad antedicha y editó un Manual de Ingreso que nunca se supo si era un libro de texto o una colección de intentos poéticos.
Las primeras innovaciones del manual son módicas. Se reducen a la redacción más emotiva de los problemas de regla de tres compuesta. Transcribimos uno de ellos:
Problema 14: Doce hombres tristes tropiezan en un año con ciento seis desengaños. No se conocen entre si, pero sufren de un modo parecido. Pregunto entonces: ¿Cuántos desengaños padecerán ocho hombres tristes en seis meses?
Las cuestiones biológicas son en el Manual de Ingreso verdaderas fantasías. La vida del paramecio es un cuento de terror y Frascarelli llega a afirmar que las amebas son muy guardianas y fieles a sus amos.
La actividad de los Científicos Sentimentales no se reducía a la difusión del Manual. En los años de oro del barrio de Flores, muchos maestros románticos dieron clase en una academia privada de la calle Condarco. Los alumnos padecían la misma locura que los profesores. Cada vez que se realizaba algún experimento en el gabinete de química, los jóvenes salían corriendo aterrorizados, mientras gritaban «cosa de Mandinga» o «el Diablo anda suelto».
Hay que decir que aunque sus logros fueron pequeños, los propósitos de la Sociedad no tenían límites. Durante años trataron de hacer algún milagro. Buscaron la esmeralda que cura todas las enfermedades, el elixir de la eterna juventud, el polvo de Perlimpimpim, el jarabe del amor eterno y la llave de la sabiduría. Discutieron sobre la cuadratura del círculo y la inmortalidad del cangrejo y trataron de volver al pasado y visitar el futuro.
Todos saben que en el barrio del Ángel Gris se destilaba el vino del olvido y el licor del recuerdo. También se conocen perfectamente sus efectos y propiedades. Al parecer, lo que mataba era la mezcla.
Algunos mentirosos pretenden que estas maravillas fueron creadas por los Científicos Sentimentales. Nada más falso. El vino fue obra de los Amigos del Olvido, un club que proponía la abolición del pasado. Y el licor es —sin duda ninguna— un hallazgo de Manuel Mandeb, el polígrafo de Flores.
Tal como es fácil sospechar, los científicos románticos fueron derrotados por la prédica incesante de los Refutadores de Leyendas.
Hoy todo el mundo rinde culto a la Ciencia Pura. Y se da una ilustre paradoja: los Refutadores no han hecho más que reemplazar las viejas leyendas por otras nuevas, mucho peores.
Los arquitectos razonables podrán dudar de la existencia del alma, pero suscribirán cualquier teoría sobre el átomo, los neutrones y los protones, con la mayor alegría.
No importa si no entienden estas teorías. En realidad -como dice Sábato- el pensamiento científico parece tener mayor poder cuanto menos se lo comprende.
Por eso se suele decir:
—¡Qué bien que habla este hombre…! No alcanzo a entender ni una sola de sus palabras.
Cuando un racionalista se pone supersticioso, no hay quien lo gane.
Todo parece indicar que el futuro pertenece a los Refutadores de Leyendas. Tal vez por eso los miembros de esta entidad —la única que queda de las que existieron en los años dorados— se muestran tan optimistas con respecto a lo que vendrá.
Todos los adoradores del progreso nos pintan un porvenir lleno de veredas móviles que nos evitaran el esfuerzo de caminar, con máquinas invictas, con ríos domados, y vehículos cada vez más veloces.
A las almas sencillas, la descripción de estos espantosos mecanismos les parece algo diabólico.
Alejandro Dolina
De “Crónicas del Ángel Gris”
2 de abril de 2007
El arte de la discusion en el barrio de Flores
Como decían los chinos, en este mundo la certeza no es más que una ilusión. Nadie puede estar seguro de nada. Todo juicio puede ser falso, incluso éste.
Y el ejercicio de la inteligencia no alcanza a aclarar las cosas. Más bien puede
decirse que las complica.
Todo esto produce en los paisanos un cierto desasosiego: uno recorre la vida
buscando alguna verdad y apenas si encuentra señales confusas. De lo absoluto, ni la
sombra.
Así, de tanto andar entre fantasmagorías, algunos pensadores llegaron a sospechar
que el propósito final del universo es el desengaño.
Sin embargo, conviene imaginar lo espantosa que sería la vida sin la existencia de
asuntos dudosos. Un mundo con respuestas para todo sería también un mundo sin preguntas.
Y también sin esperanzas ni sueños.
En otras palabras: es sólo en el terreno de la incertidumbre donde nos está
permitido macanear libremente.
Por Alejandro Dolina
Revista Humor. Abril de 1984
Los
espíritus obtusos del barrio de Flores comprendieron bastante bien
estas ideas. Llegaron a descubrir que la razón permite sostener
opiniones opuestas con idéntica destreza. Y con juvenil asombro pasaban
las horas jugando a discutir.
De allí nace el Círculo de Discutidores Profesionales, una entidad que marcó rumbos en la zona y que funcionaba en un salón de la calle Bogotá.
El propósito fundamental del Círculo fue poner un poco de orden y concierto en las discusiones montaraces. Se editaron folletos con consejos y recomendaciones, se impartieron clases y se realizaron excursiones a barrios hostiles, como Colegiales para discutir como visitantes y vivir nuevas experiencias.
Sin embargo, la institución logró fama y renombre gracias a las espectaculares Mesas Redondas de los Sábados que se realizaban en su sede y que atraían no sólo a grandes polemistas, sino también a sus hinchadas.
El procedimiento corriente era elegir un tema de discusión y luego sortear las posiciones a sostener por cada uno de los participantes.
A veces, en medio del debate, se obligaba a los discutidores a cambiar de bando. Esto producía un efecto muy atrayente. Y así, el que había defendido les derechos de la mujer en el mundo moderno, pasaba a refutarse a sí mismo y clamaba por el confinamiento femenino en la cocina y sus aledaños. Se podía tener razón las dos veces, o ninguna.
Al principio, los temas de las Mesas Redondas eran más o menos previsibles: ¿Es el suicida un cobarde? ¿Pueden ser amigos el hombre y la mujer? ¿Importa más la forma o el contenido? ¿Librecambismo o proteccionismo?
Más adelante el público se aburrió de estas cuestiones vulgares y exigió el examen de asuntos más arduos: ¿,Medialunas de grasa o de manteca? ¿Es mejor el colectivo o el tren? ¿Frío o calor? ¿Rubias o morochas?
En los años dorados del barrio del Ángel Gris, el salón de la calle Bogotá conoció verdaderos colosos.
Aquel olímpico doctor Arnaldo Garcete, que citaba autores y tratadistas en catorce idiomas, la mayoría de ellos absolutamente desconocidos para él. Garcete llegó a formular sus argumentaciones en versos rimados, hábito que fue abandonando pues advirtió que su apellido era una enorme ventaja para sus adversarios.
El abogado Hugo Varsky basaba su técnica en la gesticulación. Mientras exponían los otros, movía el dedo y la cabeza en señal negativa y con eso desalentaba a cualquiera. Llegado su turno, marcaba el compás de sus disertaciones con golpes de puño sobre la mesa, de modo que sus palabras parecían escritas en rojo. E1 ritmo de sus puñetazos iba en ascenso hasta culminar en una especie de candombe que impedía oír lo que estaba diciendo, pero que dejaba una sensación de triunfo inapelable.
Famoso fue también el boticario Antonio Carrozzi, que apoyaba sus razones en el testimonio ajeno. Casi siempre se remitía a testigos ausentes o simplemente muertos: “Ahí está el finado Menéndez que no me deja mentir”. Y nadie se atrevía a contradecirlo.
Más temible aún era Andrés Guzmán, hombre de pocos argumentos pero de fuerte pegada. Generalmente cerraba las discusiones con frases tales como: “Yo le voy a dar dimensión ontológica, pelandrún”. Y se acababan las discrepancias.
Hubo muchos otros… Rodolfo C. Pagani, el mago de los silencios; el gritón Frustaci, que aturdía con sus reflexiones; el viejo Vitale, que iba a menos por cortesía o el timorato Ernesto Cipolla, que daba la razón a todos y repetía lo que había dicho el último en hablar.
Como ocurre casi siempre, la preocupación por la victoria a cualquier precio deslucía las competencias. Los más tramposos pusieron su ingenio al servicio de las zancadillas y las maniobras malintencionadas.
El propio Manuel Mandeb, que solía asistir al Circulo como espectador, propuso un reglamento en el que se prohibían ciertos recursos infames. El polígrafo de Flores los clasificó y les dio nombre. Veamos algunos.
A los niños hay que tratarlos con bondad.
El tramposo dirá entonces:
Depende de lo que entienda usted por bondad.
Se puede continuar indefinidamente, solicitando ante cada respuesta nuevas definiciones.
Todos los niños son unos papanatas. Ahí lo tiene usted a mi sobrino.
Lo peor de esta jugada es que permite al adversario defenderse con un ejemplo contrario:
Sin embargo, el hermano de mi novia es una lumbrera.
Generalmente el debate queda reducido a un mutuo tiroteo de ejemplos y hay pocas cosas tan aburridas.
¿Qué me viene con gnoseología, usted que es un borracho perdido?
Los razonamientos pueden ser expuestos por un canalla o un santo, sin ser por ello ni más ni menos veraces. Sin embargo ésta es una de las trampas más difundidas en este juego.
Al final estamos diciendo lo mismo, pero con distintas palabras.
Al oír esta última frase, puede pensarse que a veces ocurre algo mucho más peligroso: decir cosas diferentes con las mismas palabras.
El recurso extremo puede usarse también en su variante “Finíshela”:
Mire, ni yo lo voy a convencer a usted ni usted me va a convencer a mí.
El país es como una casa y hay que construirlo desde los cimientos.
Si uno toma demasiado en serio esta afirmación, podrá seguir hablando de techos, paredes, puertas y ventanas, para terminar diciendo que nuestra salvación está en manos de los albañiles.
Las Mesas Redondas de los Sábados siempre tuvieron una gravísima dificultad. Resultaba muy difícil establecer quién era el ganador. Se utilizaron muchos sistemas diferentes: jueces, jurados, puntajes, aplausos. Ninguno funcionó, pues invariablemente los resultados eran discutidos por los perdedores.
Los más sabios sugirieron entonces que no era necesario buscar un ganador. Para ellos el fin de la discusión era llegar a una conclusión positiva, a acuñar un juicio definitivo sobre el tema central de la polémica. Este disparate tuvo bastante aceptación, aunque las dificultades para redactar la conclusión eran las mismas que para consagrar a un ganador.
Alguien que confundía la voluntad con la realidad propuso someter las cuestiones a votación. El aplauso de los demócratas saludó la propuesta y así una noche de verano se resolvió por 11 votos contra 4 que la capital de Suiza es Oslo. El aserto fue admitido también por los que perdieron, quienes juraron sostener hasta la muerte aquella conclusión por más que se quejarán suizos y noruegos.
Estas coincidencias no le gustaban al público, que las sentía como aflojadas. Las muchedumbres exigían un poco de encono y al no encontrarlo se fueron alejando de la calle Bogotá.
Para peor entró en escena la Comisión de Comedidos y Componedores, unos individuos que recorrían la barriada para meterse a separar en las broncas. Hartos de que los molieran a palos, trataron de evitar, ya que no las peleas callejeras, al menos las discusiones del Círculo. Para lograrlo apelaron al viejo cuento de la tesis, la antítesis y la síntesis.
La acción de estos pisaverdes precipitó la decadencia de las Mesas Redondas. El Círculo de Discutidores alcanzó a sobrevivir algún tiempo gracias a la venta de opiniones y argumentos. Como podrá suponerse, el surtido era enorme y la demanda también. Los mejores clientes fueron los actores, cantantes, bailarinas, recitadores y peluqueros de ésos que van a la televisión a hablar de aquello que ignoran.
Agotado su stock, el Círculo se cerró para siempre.
Contra lo que puede suponerse, los Hombres Sensibles de Flores tuvieron cierta simpatía por los Discutidores. Las polémicas enseñaban que existen razones perfectas para afirmar cualquier cosa, cierta o falsa. Y los muchachos del Ángel Gris pensaron que ésta era una gran lección. No para ellos, desde luego, sino para las gentes incautas. Los Hombres Sensibles supieron siempre que las verdades hay que buscarlas con el corazón. Por estas verdades del sentimiento vale la pena morir. Las otras son apenas fichas de un juego interesante.
Por ahí andan los hombres sin corazón diciendo que ninguna causa merece que uno muera por ella. Tienen razón en su mundo pequeño de teoremas. ¿Quién se hará degollar para defender el principio de Arquímedes?
Dejemos a los nuevos Discutidores que se diviertan con sus argumentos. No está mal para una tarde de lluvia. Pero recordemos siempre que fuera del salón está la vida con sus pasiones, sus héroes, sus canallas, sus mártires, sus puñales y sus muertes. Y el Destino no entiende razones. Buenas noches.