Asclepio en la mitologia griega, o Esculapio para los romanos, era considerado el dios de la medicina y la sanación. Notoriamente un rey mortal. Tantas habilidades tenia Asclepio que incluso devolvía vida a los muertos, por lo que Zeus, por consejo de Hades, temeroso de un más allá despoblado, lo mató con un rayo. Hijo de Apolo y de la mortal Coronis. Coronis fue asesinada por Artemisa antes de nacer Asclepio, por haber cometido una infidelidad. Su propio padre, hermano mellizo de Artemisa, lo rescató del vientre de su madre y se le encomienda a los cuidados del centauro Quirón, versado en medicina y en el conocimiento de las plantas medicinales. Casado con Epíone quien también calmaba el dolor, tuvo como hijas a Higea (símbolo de la prevención) y Panacea (símbolo del tratamiento) y tres hijos varones: Telesforo (símbolo de la convalecencia), Macaón y Podalirio (dioses protectores de los cirujanos y los médicos).
Asclepio era adorado en Epidaurus (Epidauro), en el Peloponeso. La
isla de Cos tenía un Asclepium o santuario muy importante del dios que
los peregrinos visitaban para encontrar la cura de sus enfermedades. En
su medicina, la serpiente a él dedicada jugaba un papel muy importante.
Esta representación de la serpiente enroscada en los aperos médicos
sigue vigente hoy día como símbolo internacional. El poder de sanar
atribuido a las serpientes pudiera estar relacionado con su habilidad
para rejuvenecer al cambiar su piel cada año.
Dos de sus hijos lucharon en la
Guerra de Troya atendiendo a sus compañeros heridos. Resulta
curioso que Asclepio no fuese inmortal, pese a ser un dios y un
curandero con capacidad para resucitar a otros.
Tras su muerte, Apolo le ubicó en el firmamento como la constelación
de Ophiucus (Ofiuco), el que lleva una serpiente y cruza Sagitario y
Escorpio.
El templo de Esculapio, levantado en su honor en siglo IV aC, llega a su apogeo en el siglo II dC, cuando Galeno ejerció alli su profesión.
De origen remoto, aunque se desconoce de cuando, circulan unos consejos que, Asclepio o Esculapio, le dió a sus hijos, y que serian inspiración para quienes quieran estudiar medicina. Aunque para mi gusto, un tanto tristes, y que no reflejan las satisfacciones de esta carrera.
¿Quieres ser médico hijo mío?
Aspiración es ésta de un alma generosa, de un espíritu ávido de ciencia.
¿Deseas que los hombres te tengan por un dios que alivia sus males y ahuyenta de ellos el espanto?
¿Has pensado bien en lo que ha de ser tu vida?
Tendrás que renunciar a la
vida privada; mientras la mayoría de los ciudadanos pueden, terminada su
tarea, aislarse lejos de los inoportunos, tu puerta quedará siempre
abierta a todos; a toda hora del día o de la noche vendrán a turbar tu
descanso, tus placeres, tu meditación; ya no tendrás hora que dedicar a
la familia, a la amistad o al estudio; ya no te pertenecerás.
Los
pobres, acostumbrados a padecer, no te llamarán sino en casos de
urgencia; pero los ricos te tratarán como esclavo encargado de remediar
sus excesos; sea porque tengan una indigestión, sea porque estén
acatarrados; harán que te despierten a toda prisa tan pronto como
sientan la menor inquietud, pues estiman en muchísimo su persona. Habrás
de mostrar interés por los detalles más vulgares de su existencia,
decidir si han de comer ternera o cordero, si han de andar de tal o cual
modo cuando se pasean. No podrás ir al teatro, ausentarte de la ciudad,
ni estar enfermo; tendrás que estar siempre listo para acudir tan
pronto como te llame tu amo.
Eras severo en la elección de tus
amigos; buscabas a la sociedad de los hombres de talento, de artistas,
de almas delicadas; en adelante, no podrás desechar a los fastidiosos, a
los escasos de inteligencia, a los despreciables. El malhechor tendrá
tanto derecho a tu asistencia como el hombre honrado; prolongarás vidas
nefastas, y el secreto de tu profesión te prohibirá impedir crímenes de
los que serás testigo.
Tienes fe en tu trabajo para conquistarte
una reputación; ten presente que te juzgarán, no por tu ciencia, sino
por las casualidades del destino, por el corte de tu capa, por la
apariencia de tu casa, por el número de tus criados, por la atención que
dediques a las charlas y a los gustos de tu clientela. Los habrá que
desconfiarán de ti si no gastas barbas, otros si vienes de Asia; otros
si crees en los dioses; otros, si no crees en ellos.
Te gusta la
sencillez; habrás de adoptar la actitud de un augur. Eres activo, sabes
lo que vale el tiempo, no habrás de manifestar fastidio ni impaciencia;
tendrás que soportar relatos que arranquen del principio de los tiempos
para explicarte un cólico; ociosos te consultarán por el solo placer de
charlar. Serás el vertedero de sus disgustos, de sus nimias vanidades.
Sientes
pasión por la verdad; ya no podrás decirla. Tendrás que ocultar a
algunos la gravedad de su mal; a otros su insignificancia, pues les
molestaría. Habrás de ocultar secretos que posees, consentir en parecer
burlado, ignorante, cómplice.
Aunque la medicina es una ciencia
oscura, a quien los esfuerzos de sus fieles van iluminando de siglo en
siglo, no te será permitido dudar nunca, so pena de perder todo crédito.
Si no afirmas que conoces la naturaleza de la enfermedad, que posees un
remedio infalible para curarla, el vulgo irá a charlatanes que venden
la mentira que necesita.
No cuentes con agradecimiento; cuando el
enfermo sana, la curación es debida a su robustez; si muere, tú eres el
que lo ha matado. Mientras está en peligro te trata como un dios, te
suplica, te promete, te colma de halagos; no bien está en convalecencia,
ya le estorbas, y cuando se trata de pagar los cuidados que le has
prodigado, se enfada y te denigra.
Cuanto más egoístas son los
hombres, más solicitud exigen del médico. Cuanto más codiciosos ellos,
más desinteresado ha de ser él, y los mismos que se burlan de los dioses
le confieren el sacerdocio para interesarlo al culto de su sacra
persona. La ciudad confía en él para que remedie los daños que ella
causa. No cuentes con que ese oficio tan penoso te haga rico; te lo he
dicho: es un sacerdocio, y no sería decente que produjera ganancias como
las que tiene un aceitero o el que vende lana. Te compadezco si sientes
afán por la belleza; verás lo más feo y repugnante que hay en la
especie humana; todos tus sentidos serán maltratados. Habrás de pegar tu
oído contra el sudor de pechos sucios, respirar el olor de míseras
viviendas, los perfumes harto subidos de las cortesanas, palpar tumores,
curar llagas verdes de pus, fijar tu mirada y tu olfato en inmundicias,
meter el dedo en muchos sitios. Cuántas veces, un día hermoso, lleno de
sol y perfumado, o bien al salir del teatro, de una pieza de Sófocles,
te llamarán para un hombre que, molestado por los dolores de vientre,
pondrá ante tus ojos un bacín nauseabundo, diciéndote satisfecho:
"Gracias a que he tenido la preocupación de no tirarlo". Recuerda,
entonces, que habrá de parecer que te interese mucho aquella deyección.
Hasta la belleza misma de las mujeres, consuelo del hombre, se
desvanecerá para ti. Las verás por las mañanas desgreñadas,
desencajadas, desprovistas de sus bellos colores y olvidando sobre los
muebles parte de sus atractivos. Cesarán de ser diosas para convertirse
en pobres seres afligidos de miserias sin gracia. Sentirás por ellas más
compasión que deseos. ¡Cuántas veces te asustarás al ver un cocodrilo
adormecido en el fondo de la fuente de los placeres!
Tu vida
transcurrirá como la sombra de la muerte, entre el dolor de los cuerpos y
de las almas, entre los duelos y la hipocresía que calcula a la
cabecera de los agonizantes; la raza humana es un Prometeo desgarrado
por los buitres.
Te verás solo en tus tristezas, solo en tus
estudios, solo en medio del egoísmo humano. Ni siquiera encontrarás
apoyo entre los médicos, que se hacen sorda guerra por interés o por
orgullo. Únicamente la conciencia de aliviar males podrá sostenerte en
tus fatigas. Piensa mientras estás a tiempo; pero si indiferente a la
fortuna, a los placeres de la juventud; si sabiendo que te verás solo
entre las fieras humanas, tienes un alma bastante estoica para
satisfacerse con el deber cumplido sin ilusiones; si te juzgas bien
pagado con la dicha de una madre, con una cara que te sonríe porque ya
no padece, o con la paz de un moribundo a quien ocultas la llegada de la
muerte; si ansías conocer al hombre, penetrar todo lo trágico de su
destino, ¡hazte médico, hijo mío!!!
Venus en la consulta de Esculapio. Sir Edward Poynter. Oleo sobre lienzo. 1880.