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19 de agosto de 2014

Sabato y los medicos

"La enorme complejidad de los conocimientos que hemos adquirido desde Aristóteles hasta hoy y que al parecer hace ilusorio el uomo universale del Renacimiento, ha conducido a algo que a la vez es inevitable y catastrófico: el especialista.

Un físico que se ocupa de espectrogramas puede ignorar vastas regiones de la física, lo mismo que un químico inorgánico con respecto a la química orgánica. Esto ha sido inevitable, pero no incurramos en esa corriente falacia de tomar lo inevitable como magnífico. Aun en el mismo terreno del mundo material, el mas simple de todos, la especialización condujo a una especie de nueva barbarie, y debemos recordar que la mas grande revolución de la física la hizo un hombre que fue capaz de tomar en consideración los problemas mas generales de la materia en relación con el tiempo y el espacio; Einstein no era un especialista, era un generalista.

Con mayor razón esto es válido para aquellos territorios más complejos de la realidad biológica y psicofísica, donde el todo precede a las partes, tal como también vislumbró Aristóteles. El atomismo de la física no funciona ya en estas complejas realidades, y debe ser reemplazado por un organicismo que dé prevalencia a la totalidad sobre las parcialidades. Que se requieran los servicios de un especialista en corazón, como se requiere el informe de un encefalógrafo, es inevitable y, en condiciones bien delimitadas por el generalista, de enorme utilidad; pero que se invierta el planteo y se de preminencia al dato del especialista, pertenece ya a la falla filosófica y esencial de una medicina positivista. Una persona es mucho mas que un conjunto de números, de presiones, cantidades de glucosa, radiografías y eritro-sedimentaciones: es un ser complejo, una delicadísima unidad de materia y espíritu, donde todo influye sobre todo, y en el que es inútil, cuando no pernicioso, el informe especializado que no integre el armónico y dificilísimo examen de la estructura.

Dice ilustremente Schopenhauer que hay épocas en que el progreso es reaccionario y la reacción es progresista. Volver atrás en momentos de crisis, es lo más adecuado para retomar las banderas de un genuino progreso. En momentos en que el auge de la especialización y de la cuantificación mediante aparatos parece para muchos el colmo de la maravilla, no es difícil demostrar que constituye uno de los mas agudos peligros que enfrenta la medicina contemporánea.

Y reclamar al generalista, no es un poco retomar la vieja tradición de aquel clínico de otro tiempo? De aquel hombre que tenía una especie de cualidad rabdomántica para detectar una enfermedad a veces con la sola forma de caminar de un paciente?

De aquel hombre que conocía al enfermo por su nombre y apellido, que estaba al tanto de sus problemas familiares y de sus angustias pecuniarias, de sus manías y amistades, de sus pasiones y esperanzas, de sus ideas políticas y religiosas?

De aquel hombre que sin mirar un aparato sabía a priori que a Don Rafael Schiaffino lo que le hacía falta no era vigilar su ácido úrico sino, simple pero genialmente, irse por un tiempo al campo y dejar de ver a la suegra?

Muchachos, ya les dije que soy apenas un escritor y, por cierto, no soy médico. Lo que no significa que no sepa nada de medicina, pues se de ella (y por motivos muy similares) lo que un ladrón consuetudinario puede saber de la organización policial. He padecido úlcera, reumatismo, gota, colitis, anginas de garganta, bronquitis. Que más, para hablar un poco del asunto?

Y, sobre todo, no se enojen: son opiniones revulsivas, con el sólo ánimo de inclinarlos al análisis y discusión de problemas que a veces parecen ya resueltos."

Fragmentos de una conversación mantenida por Ernesto Sábato con redactores de la Revista Medicina Intensiva. (Ernesto Sábato, La robotización del hombre y otras páginas). 1975.

29 de agosto de 2011

Caperucita roja

De Caperucita Roja mejor no hablar, conviene más escribir, aunque más no sea por la compensación económica que ese esfuerzo reporta al autor de estos cuentos, hombre altruista y generoso si se me permite decirlo y de cuyo talento dan fe estas magníficas páginas.
Caperucita era una típica representante de la pequeña burguesía. Su madre, inseminada artificialmente por un veterinario local, esperaba un Aberdeen Angus y mayúscula fue su sorpresa al comprobar que el veterinario le había metido el perro como quien dice, pues lo que tuvo el día del parto fue un lindo cachorro de ovejero alemán al que más tarde llamarían Lobo.
El parto había sido largo, laborioso y muy al estilo de la época. Parto sin dolor lo llamaban porque en aquellos tiempos se hacía hasta lo imposible para que tanto el médico como la partera no sufrieran en absoluto. En este parto en particular, médico y partera retozaban en las afueras de la clínica mientras cantaban:
- Juguemos en el bosque mientras el lobo no está. ¿Lobo, estás?
- Me estoy poniendo los fórceps -contesta el Lobo.
Más adelante, con el cordón umbilical se le fabricó un lindo collar y con una manta colorada se le hizo una caperuza para protegerlo del frío.
La caperuza menoscababa en cierta forma su virilidad y no fue de extrañar que en las puertas de los baños o sobre los árboles del bosque algún talentoso y anónimo poeta escribiese las palabras: "Lobo puto".
La madre de Lobo un día le preguntó:
- Decíme nene, ¿vos sos un poco raro, no?
- Si te refieres, madre, a mis tendencias homosexuales, debo manifestarte que tus sospechas no son del todo infundadas; por el contrario, una temprana vocación se ha despertado en mí y no cejaré en mi empeño hasta convertirme en un...
- ¡Nene ¡No digas esa palabra!En el bosque vivía un cazador, hombre tosco en grado sumo y en absoluto exigente en materia sexual hasta el extremo de oírsele decir cierta vez:
- Para mí, entre un lobo puto o Lopus Dei, prefiero el Lopus Dei.
El cazador acostumbraba a llevar todos los jueves una canasta a su abuelita con una torta, huevos, manteca, marihuana, bizcochos y dulce de membrillo. Un jueves el cazador estaba por salir y le dijo a Lobo, con quien mantenía relaciones íntimas:
- Che, hace frío, dame tu caperuza.
- Ah, sí, vos te vas por ahí y me dejás en pelotas.
- Dale maricón, prestamela.
El cadáver del cazador tirado en el bosque con la caperuza puesta despertó infinidad de conjeturas.
"Los hombres no lloran y los cazadores no usan caperuzas", era la versión machista.
"Cazador muerto con alevosía, premeditación y caperuza, turbio drama entre amorales drogadictos", decía Crónica en sexta edición.
"Fue homenajeada la comisión de homenaje al General Mitre", decía La Nación.

"Fue desmentida la muerte de un cazador", dijo el Departamento de Prensa de la Policía Federal, por lo que la gente tuvo la certeza de que el cazador había muerto.
Ahora bien: el asesinato del cazador o el crimen de la caperuza no era suficiente noticia para los diarios de la época. Un pobre cadáver proletario inmóvil en la espesura no podía competir con los miles de cadáveres acumulados en la guerra de los cien años o amontonados por la peste o por el hambre dentro y fuera de las murallas de las ciudades sitiadas o quemadas social y físicamente en las luminosas hogueras de la Inquisición.

En aquellos tiempos la competencia periodística era dura. Nada parecía suficiente para ese público ávido de sensaciones: titulares como "Mató a su madre sin causa justificada", salían en sociales. "Cacería de niños pobres en Andorra", figuraba como espectáculo prohibido para menores de catorce años. Un cazador muerto, tal vez, con mucha suerte, podría figurar en la composición de algún chico testigo del asesinato camino del colegio, pero jamás en una crónica policial.
Los familiares del cazador sabían esto y probablemente no hubiesen podido sobrevivir al deshonor a no ser por una feliz casualidad. El cazador se llamaba César y bastó que la familia viese en un libro de historia que César había sido muerto por Bruto para que dijese:

- Eso si que no. Que lo maten a César vaya y pase, pero que lo calumnien, no.

La familia juntó sus ahorros y se dispuso a lavar el buen nombre de César.
Como primera medida se le hizo a César una autopsia. Al abrirlo se descubrió la cesárea, cosa que, dadas las circunstancias, no interesaba mayormente.
Después se ofreció una recompensa por la captura de Lobo, quien, según todos los indicios, era el asesino.

Como comprenderéis, mis pequeños lectores, Lobo no tenía muchas posibilidades. Un oscuro funcionario lo detuvo y fue remitido a los Tribunales del Rey, para su posterior juzgamiento.
Lobo, francamente introvertido, basó su defensa en profundas motivaciones interiores.

- Soy hijo natural –adujo ante el jurado-.
Soy consecuencia de los amores ilegítimos de Caperucita con un lobo desconocido; soy el producto de un sistema que convierte al hombre en lobo del hombre y soy parte de una sociedad carnívora que me ha empujado a este comercio infame.
Hablaba bien, Lobo, sin mucho fundamento, eso sí, pero hablaba bien; incluso llegó a decir:

- Vosotros, sicarios de la tiranía, guardia pretoriana de la injusticia, artífices del atropello, mediocres artesanos de la barbarie; a vosotros os hablo, a vosotros, que jamás habéis visto las raíces cuadradas de un logaritmo ni la huella de un barbitúrico ni la indetenible estampida de las monocotiledóneas; a vosotros, pequeños vigías de la concupiscencia, que ignoráis las más elementales Normas Aleandros, a vosotros os digo; dad a César lo que es de César, dadle cristiana sepultura y no hinchéis más las pelotas.

Hablaba bien, Lobo; no sabía rematar sus discursos, pero hablaba bien.
Lo que sí, no tenía mucha suerte; su juez fue en esa ocasión Alfonso El Sordo, también apodado Alfonso el Hijo de Puta, quien dijo:

- Este Tribunal ha escuchado con atención las palabras del acusado y coincide con éste en su necesidad de acordar un aumento de sueldo a los miembros del Poder Judicial; al mismo tiempo considera sumamente edificante la última voluntad del acusado consistente en marchar al patíbulo con un cartel en el que se podrán leer las palabras: "Viva el Juez".

Lobo fue ejecutado en la plaza pública.

Sus últimas palabras no fueron registradas; en cambio las del verdugo sí:
- Che, flaco, te mandó una carta el Rey; no te la leo porque es un insulto.
Lobo murió de un error de imprenta: en vez de insulto, en el sobre, se debía leer indulto.

Dalmiro Saenz, 1983

15 de abril de 2010

Lo mejor para la tristeza


Lo mejor para la tristeza es aprender algo. Eso es lo único que nunca falla. Puedes envejecer y sentir temblar tu anatomía, puedes permanecer despierto por la noche escuchando el desorden de tus venas, puede extrañar a tu único amor, puede ver el mundo a tu alrededor devastado por la ambición de lunáticos malvados, o saber que tu honor es pisoteado en las cloacas de las inteligencias inferiores. 
Entonces, solo hay una cosa: aprender. Aprender por qué el mundo se mueve y lo que hace que este se mueva. Eso es lo único que la mente nunca puede agotar, nunca alienar, nunca torturar, nunca temer o desconfiar, y nunca soñar con arrepentirse. Aprender es lo mejor para ti. Mire alrededor cuántas cosas hay que aprender: la ciencia pura, la única pureza que hay. Puede aprender astronomía en toda la vida, historia natural en tres, literatura en seis. Y luego, después de haber agotado un millón de vidas en biología, medicina, teología, geografía, historia y economía, puedes empezar a hacer una arco con la madera apropiada o pasar cincuenta años aprendiendo a empezar a aprender a batir a tu adversario en la esgrima. Y una vez terminado, después de eso, puedes comenzar de nuevo con las matemáticas hasta que llegue el tiempo de aprender a arar la tierra.

The Once and Future King (Camelot). Terence H. White. 

Imágen: A really old Merlin is looking at what's left of Camelot's castle, which, centuries after its glorious days, is now in ruins. This is the result of an a... Ruins of Camelot.

1 de febrero de 2008

Un mundo feliz

Un mundo feliz, es la novela más famosa del británico Aldous Huxley, publicada en 1932, y considerada una de las mejores de la historia. Se ha dicho que la novela es una distopía que preanuncia la llegada de la reproducción asistida, cultivos humanos,  hipnopedia, utilización de fármacos para manejar emociones (el soma, aunque el mundo debió esperar hasta 1949 para usar el litio como el primer psicofármaco moderno), lo cual combinados producian un efecto social único, en una sociedad sin dudas particular. Una sociedad manejada por un estado omnipotente. Una sociedad perfecta, saludable y avanzada tecnológicamente, pero sin diversidad cultural, arte, familia, ciencia, literatura, filosofia o amor. Una ética utilitarista que lo impregna todo. Sin dudas, paradójico y ciertamente aterrador.

El autor provenia de una familia de intelectuales británicos, y era hijo de un eugenista conocido, así como hermano de un fisiólogo que muchos años después (1963) ganaría un premio Nobel. También es reconocida su idea de estudiar medicina, aunque nunca lo pudo hacer por problemas de visión. Por lo que alguna de las ideas del libro, pueden resultar avanzadas para la época, aunque no ajenas a algunos círculos de entonces. Haxley morira a sus 69 años, en California, el mismo dia que en Texas asesinaban al presidente Kennedy.

El libro, se escribe tras una de las crisis más famosas del capitalismo financiero en capitalista de 1929, en un momento, con el comunismo gobernando Rusia desde la revolución de 1917, el fascismo gobernando Italia, y muy cercano el nazismo a gobernar Alemania, por lo que en el contexto donde se escribió la novela la idea de un gobierno totalitario gobernandono era lejano al lector de la época. Tampoco le era ajeno la reivindicación del Fordismo (la exaltación de la producción en serie mecanizada), cómo un avance social. Sin duda fue clave para acelerar la industrialización de varios paises, pero también un modelo de producción que criticaría Charles Chaplin cuatro años después en su pelicula "Tiempos modernos". 

El mismo principio de Henry Ford, deificado en esta novela, es aplicado a la propia biología, con la "Bokanovskificación" de la reproducción asistida, una forma de optimizar la producción. En una sociedad sincronizada, uniformada, masificada y centralizada, que el mismo Alvin Toffler podria caracterizar como de la segunda ola. El lema del estado mundial es Comunidad, Identidad, Estabilidad. El determinismo es una necesidad social, en este caso de órden, pero sin duda facilitará la justificación de muchos actos, asi era en la época, y asi es aún hoy. En la novela se asegura con la predestinación y se refuerza con severo conductismo pavloviano e hipnopedia, no sólo copiando a la naturaleza sino también mejorandola con la esterilización, para alegria de Henry Foster, diría uno de los personajes.

Todos los protagonistas de la novela pertenecen a la casta alfa-más, como no podria ser de otro modo. Los cuales ensalzan a la sociedad de consumo. Llaman la atención varios nombres vinculados a la revolución rusa, como Polly Trostky, Lenina Crowne y Bernard Marx.

Lenina es la perfecta ciudadana, feliz y "neumática" al contrario de Bernard quien es hasta es más bajo que el promedio de su casta, desinteresado por los deportes, más inteligente, pero menos adaptado, a punto que prefiere ser infeliz a tomar soma.

El comportamiento inaceptable de Bernard lo mete en problemas con su jefe, el director del laboratorio de incubación y acondicionamiento. Sin embargo, Bernard obtiene permiso para visitar la reserva salvaje, donde lleva a Lenina. 

El conflicto se dá entre uno de los protagonistas que comienza a demitificar los valores de la sociedad, quién se dirime entre los beneficios de un colectivismo que anula la libertad de expresión y elección a cambio de felicidad contínua y universal. 

Para uno de sus personajes la inhibición de la expresión emocional y la búsqueda de ideas intelectuales resultan en la ausencia de la felicidad.

El libro ataca además a la cadena de montaje, un símbolo de la producción Fordiana, y algunos consideran que también es conservador frente a las conductas de sexo desligado de sentimientos como el amor y la familia. Vale recordar la época en que el autor escribió el libro. 

El concepto de gobierno centralizado y el uso de la ciencia para el control de pensamientos y acciones de la gente era un pensamiento corriente de la época, y también recurrente en otras novelas que describen un mundo distópico. Huxley ataca al modelo consumista y de acumulación atacando directamente la forma de producción que predominabaen la época. Ford es el dios de esa sociedad y la letra T (en referencia al modelo T de Ford) ha reemplazado a la antigua luz cristiana como un símbolo casi religioso.

Libro completo.

2 de enero de 2008

La ciencia en Flores

Los Refutadores de Leyendas han sostenido siempre que toda la naturaleza puede expresarse en términos matemáticos. Lo poco que queda fuera no existe.

Así, esta comparsa racionalista se ha esforzado, utilizando cifras, vectores y logaritmos, en representar cosas tales como el tango El Entrerriano o los celos de las novias de la calle Artigas.

Cuando fracasaban, simplemente declaraban superstición lo que no conseguían encuadrar en sus estructuras científicas.
Existía un minucioso catálogo de cosas inexistentes que se actualizaba cada año.

Allí figuraban los sueños, las esperanzas, el hombre de la bolsa, el alma, el ornitorrinco, el catorce de espadas, el Ángel Gris de Flores, el gol de Ernesto Grillo a los ingleses, la generala servida y la angustia.

Otra publicación venerada fue el desmesurado libro Un Amor así de Grande, resultado del afán de medirlo todo. En ese trabajo no solo se otorgan valores numéricos a los colores, aromas y formas, sino también a las sensaciones espirituales más sutiles.

A lo largo de cien capítulos se establece la cantidad de adrenalina que produce un individuo antes de ser vacunado, el volumen que alcanzan las lágrimas de una madre a lo largo de su vida, la cantidad de cera que lleva en sus oídos el conjunto de habitantes de la ciudad de Buenos Aires (suficiente al parecer para lustrar todos los pisos del edificio de Obras Sanitarias), y la energía que se consume en un suspiro.

Algunos datos producen indignación en las almas sencillas: para esta gente la novela Madame Bovary consiste en una cierta mezcla de medio kilo de papel y un cuarto de litro de tinta. Los elementos químicos que componen al hombre son descriptos puntualmente con su precio en las farmacias de la zona. De este modo se llega a la conclusión que mas barato resulta un señor robusto que un velador.

No hace falta indicar el gran éxito obtenido por esta curiosa forma de evaluar el universo. Constantemente podemos oír en la radio las declaraciones de brillantes deportistas que manifiestan hallarse en un setenta y cinco por ciento, vaya a saber de qué. Los chicos preparan tablas de posiciones en las que dan a entender que quieren primero a su madre, después a su padre, en tercer lugar a la abuela y en el cuarto —lejos— al tío Julián. Los boletines de calificaciones no son otra cosa que la versión escolar del pensamiento de los Refutadores. Aquí la descripción de la conducta de un alumno que no ha estudiado su lección, se reduce a un redondo cero. Por el contrario, un estudiante talentoso y perseverante será premiado no con un cariño ni con una frase estimulante, sino con un diez.

No se sabe si los Refutadores de Leyendas escribían cartas de amor, pero no seria extraño que sus más tiernas declaraciones consistieran en gráficos representativos del progreso de sus sentimientos.

Todo este arrebato cientificista no pudo menos que causar la repugnancia de los Hombres Sensibles de Flores, que confiaban más en las corazonadas que en la razón.
Como siempre ocurre, los excesos racionales generan desaforadas rebeliones románticas. Pero en el barrio de Flores esa rebelión no se manifestó únicamente a través del arte, sino que tuvo lugar —además— en el propio terreno científico.
La Sociedad de Científicos Sentimentales nació gracias al impulso del profesor Aurelio C. Frascarelli, quien harto de la deshumanización de las disciplinas científicas resolvió ponerle un poco de sangre al frío mundo de las raíces cuadradas y las cotangentes.
Este pensador delirante fundó la sociedad antedicha y editó un Manual de Ingreso que nunca se supo si era un libro de texto o una colección de intentos poéticos.
Las primeras innovaciones del manual son módicas. Se reducen a la redacción más emotiva de los problemas de regla de tres compuesta. Transcribimos uno de ellos:
Problema 14: Doce hombres tristes tropiezan en un año con ciento seis desengaños. No se conocen entre si, pero sufren de un modo parecido. Pregunto entonces: ¿Cuántos desengaños padecerán ocho hombres tristes en seis meses?

Como se ve, lo novedoso consiste únicamente en reemplazar hortalizas por desengaños, y en ciertas declaraciones innecesarias como el mutuo desconocimiento y la tristeza de estos hombres. Pero conforme se avanza en la lectura del Manual se encuentran cosas más audaces. El Problema 187 es prácticamente una novela corta. La descripción psicológica del protagonista —un comerciante poco escrupuloso— está bastante bien lograda. Hay personajes laterales (un cuñado que busca un tesoro oculto) y una divertida pintura costumbrista de un almacén de barrio. La pregunta final ( «¿A cuánto deberá vender el kilo de arroz?» ) resulta insignificante al lado de otros interrogantes que no están escritos, pero sí sabiamente sugeridos por el profesor Frascarelli: ¿Tiene sentido la vida? ¿Hay algún propósito en el universo? ¿Cumplimos sin saberlo con algún plan divino o diabólico?

A partir de la mitad del libro, el autor empieza a tomar partido arbitrariamente en arduas cuestiones matemáticas. Paralelamente se incorporan juicios éticos y estéticos en la explicación de teoremas y postulados. Se habla entonces de paralelepípedos atorrantes, de esferas traidoras, de ángulos aburridos y llega a decirse que el trapezoide es una figura que no merece ser tomada en serio.

Las cuestiones biológicas son en el Manual de Ingreso verdaderas fantasías. La vida del paramecio es un cuento de terror y Frascarelli llega a afirmar que las amebas son muy guardianas y fieles a sus amos.

La actividad de los Científicos Sentimentales no se reducía a la difusión del Manual. En los años de oro del barrio de Flores, muchos maestros románticos dieron clase en una academia privada de la calle Condarco. Los alumnos padecían la misma locura que los profesores. Cada vez que se realizaba algún experimento en el gabinete de química, los jóvenes salían corriendo aterrorizados, mientras gritaban «cosa de Mandinga» o «el Diablo anda suelto».

El propio Frascarelli dirigía un grupo de investigación cuyos métodos provocaban el escándalo de los Refutadores. Creían, por ejemplo, en la búsqueda de la casualidad. Este criterio podría escribirse así: sabiendo que muchos grandes descubrimientos se realizaron casualmente, parece una buena idea disimular el verdadero propósito de la investigación. 

Así, cuando se quiere encontrar una estrella, se busca un microbio. Los resultados no fueron muy espectaculares, si bien Frascarelli se jactaba de haber hallado un específico que combatía el mal aliento, mientras buscaba la piedra filosofal.

En ocasiones, los científicos soñadores acudían a la búsqueda empírica y tomaban frascos de untura blanca, para ver qué ocurría. Estas experiencias se anotaban en un cuaderno que ha sobrevivido a la Sociedad y en el que se refieren más de mil quinientas locuras, que van desde comer pólvora hasta arrojarse al vacío desde diferentes alturas para establecer los daños físicos y morales que, más allá de los cuatro metros, solían traducirse en la muerte lisa y llana.
Hay que decir que aunque sus logros fueron pequeños, los propósitos de la Sociedad no tenían límites. Durante años trataron de hacer algún milagro. Buscaron la esmeralda que cura todas las enfermedades, el elixir de la eterna juventud, el polvo de Perlimpimpim, el jarabe del amor eterno y la llave de la sabiduría. Discutieron sobre la cuadratura del círculo y la inmortalidad del cangrejo y trataron de volver al pasado y visitar el futuro.
Todos saben que en el barrio del Ángel Gris se destilaba el vino del olvido y el licor del recuerdo. También se conocen perfectamente sus efectos y propiedades. Al parecer, lo que mataba era la mezcla.

Algunos mentirosos pretenden que estas maravillas fueron creadas por los Científicos Sentimentales. Nada más falso. El vino fue obra de los Amigos del Olvido, un club que proponía la abolición del pasado. Y el licor es —sin duda ninguna— un hallazgo de Manuel Mandeb, el polígrafo de Flores.
Tal como es fácil sospechar, los científicos románticos fueron derrotados por la prédica incesante de los Refutadores de Leyendas.

Hoy todo el mundo rinde culto a la Ciencia Pura. Y se da una ilustre paradoja: los Refutadores no han hecho más que reemplazar las viejas leyendas por otras nuevas, mucho peores.

Los arquitectos razonables podrán dudar de la existencia del alma, pero suscribirán cualquier teoría sobre el átomo, los neutrones y los protones, con la mayor alegría.
No importa si no entienden estas teorías. En realidad -como dice Sábato- el pensamiento científico parece tener mayor poder cuanto menos se lo comprende.

Por eso se suele decir:
—¡Qué bien que habla este hombre…! No alcanzo a entender ni una sola de sus palabras.
Cuando un racionalista se pone supersticioso, no hay quien lo gane.
Todo parece indicar que el futuro pertenece a los Refutadores de Leyendas. Tal vez por eso los miembros de esta entidad —la única que queda de las que existieron en los años dorados— se muestran tan optimistas con respecto a lo que vendrá.
Todos los adoradores del progreso nos pintan un porvenir lleno de veredas móviles que nos evitaran el esfuerzo de caminar, con máquinas invictas, con ríos domados, y vehículos cada vez más veloces.
A las almas sencillas, la descripción de estos espantosos mecanismos les parece algo diabólico.

Porque en este proyecto de aparatos infalibles y formidables fuentes de energía no parece existir la menor preocupación por responder a alguna de las preguntas que el profesor Frascarelli supo insertar en su memorable Problema 187.

La Sociedad de Científicos Sentimentales era una locura. Pero tal vez hace falta un poco de locura entre tanta exactitud y precisión.

Serán buenos los cálculos y los teoremas inexpugnables, si es que se aplican a rombos, ángulos y cubos. Pero empiezan a fallar cuando se trata de personas.

Y a lo mejor esto constituye la más grande virtud del hombre, su toque divino. El último de los atorrantes de Flores es más interesante que una estrella, solamente porque su comportamiento no es previsible.

Nada de esto significa que debamos renunciar a la ciencia y su arsenal. Que se sigan inventando licuadoras y tónicos contra el catarro. Dos mas dos son cuatro. Los Refutadores de Leyendas tienen razón. Pero nada más que eso: razón.

A mí no me alcanza.

Alejandro Dolina
De “Crónicas del Ángel Gris