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9 de julio de 2017

¿Por qué el silencio incomoda?

Es bien sabido que las palabras que empleamos en una conversación solo constituyen
 un porcentaje discreto de todo lo que comunicamos. La expresión de nuestra cara, los gestos que articulamos con el cuerpo, la posición que ocupamos en el espacio e incluso el tono de la voz (prosodia) son imprescindibles para hacernos entender.
La comunicación, dice Paul Watzlawick, tiene un componente analógico y otro digital, el componente digital es lo que se expresa con palabras o lo que se escribe. El componente analógico es ese tono de voz, los silencios, la actitud corporal en general. 
Sobre lo primero se puede mentir, sobre el componente analógico ya es más difícil, salvo si es esquizofrénico, un buen actor o un político.
Puede decirse que comunicar nos permite construir puentes entre realidades individuales que de otro modo serían impermeables, compartiendo así nuestras necesidades con quienes nos rodean y entendiendo mejor las de los demás. Esto es, posibilita que nos encontremos en el insondable océano de las relaciones sociales.
No debemos olvidar que la comunicación es un proceso increíblemente complejo. Incluso si tomamos la decisión de mantenernos callados estaremos trasladando sutilmente un mensaje que dependerá del contexto, de las experiencias compartidas con nuestro interlocutor y del modo particular en que procesamos esta sutil forma de intercambio.
El término con el que solemos aludir a este fenómeno es el de silencio social. Pese a que la sensación aparente es la de un vacío, como un paréntesis en el flujo natural del discurso, lo cierto es que nos permite sugerir una extraordinaria variedad de estados emocionales. Algunas personas serán receptivas a los mismos, mientras que otras los vivirán con cierta desazón.

¿Qué tipos de silencio existen?
Los silencios han sido objeto de estudio científico desde hace décadas, pues pueden tener efectos muy importantes sobre las dinámicas de interacción y sobre los sentimientos de quienes participan en ellas. En este sentido, los investigadores del fenómeno distinguen tres modalidades: la pausa individual, los lapsos en la conversación y el silencio social inexplicable.
La pausa individual tiene lugar cuando una única persona se dirige a un auditorio, como un cómico que ofrece un monólogo o como un estudiante que expone frente a sus compañeros de clase. Aquí el silencio suele usarse para atrapar a los oyentes o para generar interés, pero también puede sugerir desconocimiento respecto al tema del que se habla (algo especialmente temido por quienes sufren ansiedad social).
Los lapsos en la conversación representan lo que se aproxima más fielmente a lo que conocemos como “silencios incómodos”. Hablamos de aquellos que se producen entre dos personas y que rompen las expectativas de un intercambio fluido. Pueden suceder en quienes apenas se conocen pero también en quienes han mantenido un vínculo durante mucho tiempo, dependiendo su efecto de la confianza que se haya fraguado.
Por último, el silencio social inexplicable describe una situación que todos hemos vivido alguna vez. Ocurre cuando más de dos personas interactúan simultáneamente (narrando anécdotas, trazando conversaciones paralelas, etc.) y de repente todo se detiene, quedando un vacío atronador. En tales casos, entre perturbadores y jocosos, suele decirse que “ha pasado un ángel”.
Hay que tener en cuenta que los silencios son un recurso comunicativo que puede ser legítimamente usado y que en determinadas circunstancias incluso llega a ser productivo, sobre todo cuando se dan en el contexto de una escucha activa. Como dijo Jorge Luis Borges: “No hables a menos que puedas mejorar el silencio”.
¿Por qué el silencio puede vivirse como algo incómodo?
El silencio implica una ruptura en la dinámica natural de las conversaciones, cuya lógica es idéntica a la de otros procesos sociales que requieren la coordinación de las partes implicadas. Cuando fluyen sin problemas se ensalza la predictibilidad del encuentro, lo que redunda en una mayor seguridad dentro de la incertidumbre que acompaña a toda relación.
Existe evidencia de que la fluidez de la conversación estimula el sentido de pertenencia y la coherencia de un vínculo particular, reivindicándolo como algo diferenciado de todos los demás. Asimismo, cuando ofrecemos respuestas rápidas promovemos la sensación de consenso respecto a los temas importantes, lo que sugiere que estamos ideológica y emocionalmente alineados con el otro.
Las conversaciones fluidas alimentan el sentido de pertenencia social, nos validan como parte del grupo, nos proporcionan una sensación de control sobre las dinámicas relacionales y contribuyen decisivamente a la autoestima. En cambio, el silencio puede sugerir una confrontación velada o la existencia de emociones que se prefiere no expresar, avivando con ello cierta inseguridad.
¿El silencio es siempre incómodo?
El silencio no siempre es incómodo. Cuando el vínculo está suficientemente consolidado y existe una relación de confianza, constituye una oportunidad para estrechar lazos. Si no existen conflictos sin resolver, el silencio queda despojado de las cualidades negativas que tiene para aquellas personas cuyos lazos sociales son frágiles o están bruñidos de temor.
Por otra parte, las personas con una buena autoestima suelen vivir los silencios con mayor comodidad. Esto es así porque no albergan expectativas negativas sobre lo que los demás pensarán de ellas, por lo que el silencio (que tiende a rellenarse con nuestros miedos e inseguridades) adquiere matices más sosegados e incluso reconfortantes.
En todos estos casos, el silencio puede ser aprovechado y extraerse de él algo positivo: una mayor reorganización de las ideas que queremos expresar, un instante de intimidad, etc. También nos proporciona calma en un mundo generalmente bullicioso, algo que solo deseamos compartir con las personas más allegadas a nosotros.
En definitiva, los efectos del silencio sobre nuestro bienestar pueden estar más asociados a nuestra forma de interpretarlos que a la intención de los demás cuando hacen uso de él. Entender este matiz puede ayudarnos a afrontarlos de una manera mucho más constructiva.
Este artículo fue publicado inicialmente por Joaquín Mateu Mollá. Doctor en Psicología Clínica de la Universidad Internacional de Valencia, en The Conversation.
Imagen: "El cono del silencio". 

3 de enero de 2017

Como convencer a alguien cuando los hechos fallan

¿Alguna vez has notado que cuando le presentas a la gente hechos que son contrarios a sus creencias más profundas, siempre cambian de opinión? Yo tampoco. De hecho, las personas parecen duplicar sus creencias ante la abrumadora evidencia en su contra. La razón está relacionada con la visión del mundo percibida como amenazada por los datos contradictorios.

Los creacionistas, por ejemplo, cuestionan la evidencia de la evolución en los fósiles y el ADN porque les preocupa que las fuerzas seculares invadan la fe religiosa. 

Los antivacunas desconfían de las grandes farmacéuticas y piensan que el dinero corrompe la medicina, lo que los lleva a creer que las vacunas causan autismo a pesar de la incómoda verdad de que el único estudio que afirmaba tal vínculo fue retractado y su autor principal acusado de fraude. 

Los veraces del 11 de septiembre se enfocan en minucias como el punto de fusión del acero en los edificios del World Trade Center que causó su colapso porque creen que el gobierno miente y lleva a cabo operaciones de “bandera falsa” para crear un Nuevo Orden Mundial. 

Los negacionistas del clima estudian los anillos de los árboles, los núcleos de hielo y las ppm de los gases de efecto invernadero porque les apasiona la libertad, especialmente la de los mercados y las industrias para operar sin las trabas de las regulaciones gubernamentales restrictivas. Los parientes de Obama analizaron desesperadamente el certificado de nacimiento de formato largo del presidente en busca de fraude porque creen que el primer presidente afroamericano de la nación es un socialista empeñado en destruir el país.

En estos ejemplos, las cosmovisiones más profundas de los proponentes se percibieron como amenazadas por los escépticos, lo que convirtió a los hechos en el enemigo a matar. Este poder de la creencia sobre la evidencia es el resultado de dos factores: la disonancia cognitiva y el efecto contraproducente. En el libro clásico de 1956 "When Prophecy Fails", el psicólogo Leon Festinger y sus coautores describieron lo que le sucedió a un culto OVNI cuando la nave nodriza no llegó a la hora señalada. En lugar de admitir el error, "los miembros del grupo buscaron frenéticamente convencer al mundo de sus creencias" e hicieron "una serie de intentos desesperados para borrar su irritante disonancia haciendo predicción tras predicción con la esperanza de que una se hiciera realidad". Festinger llamó a esto disonancia cognitiva, o la tensión incómoda que surge al tener dos pensamientos en conflicto simultáneamente.

En su libro de 2007 "Mistakes Were Made (But Not by Me)", dos psicólogos sociales, Carol Tavris y Elliot Aronson (ex alumno de Festinger), documentan miles de experimentos que demuestran cómo las personas tergiversan los hechos para adaptarlos a creencias preconcebidas y reducir la disonancia. Su metáfora de la "pirámide de elección" coloca a dos individuos uno al lado del otro en el vértice de la pirámide y muestra cuán rápido divergen y terminan en las esquinas inferiores opuestas de la base, ya que cada uno de ellos toma una posición para defender.

En una serie de experimentos realizados por el profesor de Dartmouth College, Brendan Nyhan, y el profesor de la Universidad de Exeter, Jason Reifler, los investigadores identificaron un factor relacionado que llamaron el efecto contraproducente "en el que las correcciones en realidad aumentan las percepciones erróneas entre el grupo en cuestión". ¿Por qué? “Porque amenaza su cosmovisión o autoconcepto”. Por ejemplo, los sujetos recibieron artículos de periódicos falsos que confirmaban conceptos erróneos generalizados, como que había armas de destrucción masiva en Irak. Cuando a los sujetos se les dio un artículo correctivo de que nunca se encontraron armas de destrucción masiva, los liberales que se oponían a la guerra aceptaron el nuevo artículo y rechazaron el anterior, mientras que los conservadores que apoyaban la guerra hicieron lo contrario... y más: dijeron estar aún más convencidos allí. fueron armas de destrucción masiva después de la corrección, argumentando que esto solo probaba que Saddam Hussein las escondió o las destruyó. De hecho, Nyhan y Reifler señalan que, entre muchos conservadores, “la creencia de que Irak poseía armas de destrucción masiva inmediatamente antes de la invasión estadounidense persistió mucho después de que la propia administración Bush llegara a la conclusión de lo contrario”.

Si los hechos correctivos solo empeoran las cosas, ¿Qué podemos hacer para convencer a las personas del error de sus creencias? Algunos proponen:

1. Mantener las emociones fuera del intercambio, 

2. Discutir, no atacar (ni ad hominem ni ad hitlerum). Usted se debe centrar en las ideas, no en la persona que la está sosteniendo. 

3. Escuchar atentamente y tratar de articular la posición del otro con precisión, 

4. Mostrar respeto, 

5. Reconocer que se entiende por qué alguien podría tener esa opinión, y 

6. Tratar de mostrar cómo cambiar los hechos no significa necesariamente cambiar las visiones del mundo. 

Es posible que estas estrategias no siempre funcionen para cambiar la opinión de las personas, pero pueden ayudar a reducir divisiones innecesarias.

Estos pasos que se proponen no son otros que los mismos que impulsaron Fisher y Ury en sus técnicas de negociación a finales del siglo pasado y que hoy son conocidos como "técnicas de negociación de Harvard". 

Que alguien reconozca un error es raro, pero es mucho más raro que dos personas, países o lo que sea se sienten a discutir como saldar esas diferencias. 

Sobre todo cuando existe la creencia de ambos lados de que se tiene razón. Aunque un mundo donde todos pensáramos igual sería demasiado aburrido. Aun así de estas diferencias en el pensamiento no pocas veces nacen las rivalidades y las guerras. 


Referencias
Fisher y Ury. Si de acuerdo. Resúmen.

Shermer M. When Facts Backfire. Sci Am. 2016 Dec 20;316(1):69. doi: 10.1038/scientificamerican0117-69. PMID: 28004709.