"Este artículo es una pre impresión y no ha sido certificado por revisión por pares" es la advertencia que se puede leer en la mayoría de los preprints que leemos hoy. Pero ¿qué significa esto? Lo que nos informa es que el estudio que leemos no ha sido evaluado por otros "expertos" y según quienes administran esas plataformas no debiera utilizarse como base para una guía de práctica clínica. Sobre el crecimiento de los preprints hablé antes, y la utilidad de los mismos se ha puesto de manifiesto en esta pandemia.
Desde que éramos estudiantes de medicina, en pleno período Triásico, nos advierten del gran caudal de conocimientos que se agregan anualmente a nuestro campo científico. Con el tiempo y muchos cursos aprendí que no todo lo publicado constituye una buena evidencia, y por ende no es necesario leer todo. Pero uno siempre se pregunta si en semejante maraña de publicaciones no hemos pasado por alto algo importante.
Pero aun así parece que en los últimos 20 años se ha incrementado casi cuatro veces el número de artículos publicados. Más de 6 millones de investigaciones anuales se suman al campo científico, no todas las publicaciones son originales, no todas son relevantes, no todas constituyen una buena evidencia y no todas harán cambiar nuestra práctica médica, pero aun así es un gran trabajo administrar esto, por lo que se debe ejercer siempre una lectura crítica de artículos médicos.
El proceso de investigación quedaría trunco si los resultados no se comunicaran.
La ciencia así no podría progresar, porque otros estarían repitiendo las mismas investigaciones una y otra vez, aunque en medicina a veces eso es necesario. Para evitar esto debemos comunicar nuestros resultados
para que lleguen a otros científicos. Isaac Newton lo resumió diciendo
que “había podido ver más allá gracias a que se había aupado a hombros
de gigantes”. Esto significa que los descubrimientos, por importantes
que sean, se basan en conocimientos previos.
La comunicación entre científicos ha sido clave para el desarrollo de la ciencia. Es famosa la correspondencia entre Darwin, en Inglaterra, y Wallace, en Malasia, acerca de la variación y distribución de las especies. Ésta contribuyó significativamente a la comprensión y desarrollo de la teoría de la evolución. En aquellos tiempos cada carta tardaba un par de meses en llegar a su destinatario, por lo que para acelerar este proceso, y sobre todo para ampliar el número de receptores, las Sociedades Científicas crearon las primeras revistas académicas, por ejemplo el New England Journal of Medicine en Massachusetts en 1812 o el Journal of the American Medical Asociation es de 1883.
Los descubrimientos científicos hay que describirlos para que los demás los entiendan, puedan ser reproducidos y, así, se validen. Cuando disponemos del manuscrito, se envía a una revista científica. El equipo editorial decidirá si el trabajo es interesante y se ajusta a la política editorial y área de conocimiento de la revista. Si no cumple alguno de estos requisitos el editor lo devuelve con algunos comentarios y generalmente los autores lo envían a otra revista.
Si el editor decide que el trabajo es interesante y se ajusta al ámbito de la revista, lo reenvía a los revisores, que son otros científicos no vinculados ni con el trabajo ni con sus autores. Estos realizan una revisión concienzuda y emiten un informe detallado con comentarios y recomendaciones al editor. Este sistema permite, en algunos casos, una mejora significativa de los artículos.
Si tras este proceso, que puede incluir varias rondas de experimentos y discusiones entre autores y revisores, el trabajo es aceptado finalmente por el editor, se procede a su publicación.
Un detalle importante es que los costes derivados de la producción, maquetación e impresión de las publicaciones corren a cargo de los autores. Contrariamente a lo que la gente cree, los autores no cobran por publicar, sino que hasta incluso a veces deben pagar por ello.
Entonces, ¿por qué queremos publicar?
Porque además de impulsar el engranaje del conocimiento, en la actualidad el mundo de la ciencia pivota sobre las publicaciones científicas. La obtención de fondos se basa en gran medida en las publicaciones de los investigadores, así como sus promociones profesionales y se convierte en un ciclo en el que, si publicas, obtienes financiación que usas para realizar experimentos que te permitan publicar y obtener más financiación y mejores puestos de trabajo, y así sucesivamente. También hay otros motivos, como ascensos en las propias instituciones, en especial si se trata de instituciones vinculadas a universidades.
El famoso “publica o perece” que se ha convertido en un mantra en el mundo académico de varios países.
En los años 90, con la aparición de internet, este sistema basado en las revistas publicadas en papel fue cuestionado. De hecho, se llegó incluso a plantear su supervivencia. Aunque también el de los períodicos tradicionales. Si bien, no ha sido este el caso: las ganancias obtenidas por las editoriales científicas no han hecho más que crecer. En la actualidad esta industria tiene un volumen de negocio de más de 25,000 millones de dólares anuales con un margen de beneficio cercano al 40 %
¿Cómo pueden tener un margen tan elevado? Por un lado, los autores pagan por proporcionar los manuscritos, la materia prima del negocio. Si hacemos un símil con un supermercado, sería como si el agricultor que le ofrece las naranjas no solo no cobrara por ellas, sino que pagara. Los revisores tampoco cobran por su trabajo, sería el equivalente a que el transportista que lleva esas naranjas desde los huertos hasta el supermercado no cobrara por ello e incluso corriera con los gastos de combustible.
De hecho, un estudio del 2021 ha estimado que las horas que dedican los revisores a hacer este trabajo gratuito en 2020 representaron 1500 millones de dólares solo en Estados Unidos.
Por si esto fuera poco, las editoriales cobran a las universidades y centros de investigación para que sus investigadores tengan acceso a las publicaciones en un formato de suscripciones cuyos precios no son públicos. Como si en nuestro ejemplo no supiéramos lo que paga otro cliente del mismo supermercado por un kilogramo de naranjas. En Argentina este acceso lo paga el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Nación, quien luego le provee acceso a las universidades públicas y privadas. Pero quienes no están vinculados a ninguna universidad, o sea la mayoría de los médicos, este acceso está vedado.
Todo ello con el agravante que este sistema puede tener en los países más desfavorecidos en los que sus instituciones no pueden afrontar facturas en muchos casos millonarias.
En las últimas décadas ha aparecido el movimiento de acceso abierto (open access). Aunque esto es una buena idea puesto que los lectores no pagan por acceder a las publicaciones, no parece ser la solución definitiva, dado que las editoriales cobran a los autores o a sus fuentes de financiación para proporcionar este acceso libre. El “publica o perece” se ha convertido en un “paga y publica basura”.
En principio, este tipo de publicaciones no deberían representar un peligro porque tienen poca repercusión. De hecho, casi el 60 % nunca se citan. Sí esconden un enorme peligro derivado de la disminución drástica del rigor científico y abonan el terreno a la pseudociencia, la aparición de bulos, falsas noticias, pseudoterapias y demás problemas relacionados que, en situaciones como la pandemia, hemos visto que pueden ser extremadamente peligrosas.
Una última tendencia que ha surgido en el mundo de las publicaciones científicas son los números “especiales”. Las editoriales han descubierto la estrategia de invitar a científicos de prestigio a ser editores de números especiales de sus revistas. Estos se encargan de reclutar, generalmente entre sus colegas, un número suficiente de artículos que completen estas ediciones, por supuesto pagando por dicha publicación.
Esta práctica ha crecido exponencialmente en los últimos años y, a menudo, los científicos aceptan estas invitaciones por respeto al editor invitado.
De alguna forma debemos entre todos intentar revertir estas tendencias, bien mediante repositorios de trabajos prepublicados (pre-prints) como arXiv, bioRxiv, medRxiv y similares, o bien buscando nuevas fórmulas de publicación, probablemente más basadas en las sociedades científicas como un gesto a los inicios de las publicaciones médicas. Una gran limitación que se puede observar en estos pre-prints no se debe a la falta de revisión por pares, sino a la baja incorporación de este material a bases de datos médicos como Pubmed, lo que obliga a que las búsquedas deban hacerse por separado.
Todo esto lo ha expuesto muy claramente Ismael Mingarro en The Conversation, pagan quienes escriben, pagan quienes revisan, y pagan quienes leen. Mientras que las editoriales ofrecen hoy una plataforma en internet y un prestigio ganado a costa de los autores.
La crítica a este modelo editorial no reside tanto en que las editoriales ganen miles de millones al año. El mayor problema reside en que aun después de varios años, las editoriales tampoco "liberan" artículos que son esenciales para nuestra práctica médica. Cada rama de la ciencia debe tener argumentos para reclamar lo mismo, pero en el caso de la medicina, la información como paso previo al conocimiento es un insumo esencial que volcamos con nuestros pacientes a diario.
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Editor invitado
Referencias
Aczel, B., Szaszi, B. & Holcombe, A.O. A billion-dollar donation: estimating the cost of researchers’ time spent on peer review. Res Integr Peer Rev 6, 14 (2021). https://doi.org/10.1186/s41073-021-00118-2
Ismael Mingarro en The Conversation. Como publicar ciencia, todo el mundo paga menos las editoriales
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