Joan Miró fue uno de los artistas de mayor influencia en el siglo XX. Si bien suele ser identificado como un surrealista ya sabemos que ningún artista ha transitado siempre un mismo movimiento artístico. Miró fue un creador inquieto que se dejó impregnar por diversos movimientos pictóricos como el fauvismo, el cubismo, el arte naif y la abstracción.
Joan Miró i Ferrà nació en Barcelona el 20 de abril de 1893 y fallecido en Palma de Mallorca el 25 de diciembre de 1983. En la década de 1920, Joan Miró se traslada a París donde vivirá algunos años, alternando su estancia con Mont-roig y viajes ocasionales, entre los que se cuenta el que hizo a Holanda y Bélgica, inspiración de algunas de sus obras. En París conoce a muchos artistas y escritores de gran importancia, entre ellos, a la generación de surrealistas y al escritor Hemingway.
Tras la Segunda Guerra Mundial, su carrera se internacionaliza y alcanza finalmente su consagración. En las décadas siguientes, desarrolla proyectos a lo largo del mundo, convirtiéndose así en uno de los artistas más influyentes de su generación.
Su obra es admirada en todo el mundo y les muestro algunas de sus obras. Miró se había formado como contador, profesión que llegó a ejercer. Pero cuando decidió dedicarse a la pintura, durante su estancia en la masía de Mont-roig, se aproximó a los movimientos intelectuales de la época. Entre ellos, la revista francesa Nord-Sud, dirigida por Pierre Reverdy, en la que eventualmente colaboraban Guillaume Apollinaire, Max Jacob, Vicente Huidobro, entre otros.
Así pinta en 1917 Nord-Sud. Bajo la forma de un bodegón o naturaleza muerta, Miró repasa sus referencias intelectuales y artísticas más importantes, entre ellas la publicación Nord-Sud; una obra de Goethe (¿quizá una alusión al texto Teoría del color?); una pieza de cerámica policromada; una jaula con un pájaro; una pera, una suerte de pez multicolor; unas tijeras y una maceta con flores, que alguien ha visto como una referencia a Van Gogh... Todo ello aparece inscrito en círculos concéntricos y coloridos al estilo de Robert y Sonia Delaunay. Este lienzo representa el fin de su etapa fauvista.
Los años en Mont-roig, Cataluña, comienzan a transformar la obra de Miró, cada vez más atento al paisaje. Si por un lado mantiene viva su preocupación por el color expresivo, por el otro lado aparecen las señales de una influencia cubista. La síntesis geométrica se combina con el detallismo natural de las plantas. Nos recuerda también a las apuestas del arte naif. En 1919 pinta "Olivos y viñedos de Mont-roig", una obra que hoy se expone en el museo Metropolitano de New York (MOMA)
La masía (1921-1922) es un lienzo que Miró comenzó a pintar en Mont-roig y culminó París. En este lienzo el pintor rinde homenaje a su historia familiar y nacional. La masía, cuadro provisto de un inmenso detallismo, repasa los elementos característicos del ambiente en que Miró creció. Este cuadro, al que el pintor consideraba clave en su obra, fue vendido, ni más ni menos, al célebre escritor norteamericano Ernest Miller Hemingway.
Para "El carnaval de Arlequín" (1924-1925), Miró se entrega totalmente al programa surrealista que tenía en mente. Dijo en alguna oportunidad haberse sometido a grandes períodos de hambre para usar las alucinaciones producidas por la inanición. Aun así, la obra fue el resultado de un proceso meticuloso de reflexión artística y no mero automatismo. La escena es protagonizada por un ser autómata que toca la guitarra. Junto a él, aparecen un arlequín con bigotes y múltiples figuras y signos aparentemente inconexos, pero relacionados simbólicamente. Yo en realidad no veo nada de eso, copié esa explicación de Andrea Imaginario, una profesora de arte que parece que ve eso. Esta pintura me gusta por los colores y porque me agrada, como tantas otras pinturas surrealistas. En realidad no tengo ni idea de que quiso hacer el artista, pero se ve bonito.
Años después, en 1953, luego de un largo período en el que Miró había abandonado la pintura al óleo, regresa en los años 50 con una propuesta novedosa. Los elementos plásticos preferidos de Miró protagonizan la escena: líneas, puntos, figuras geométricas y colores puros entran en juego ofreciendo un tono casi infantil. El negro será el color que defina líneas, puntos y contornos. Junto a este, el amarillo, el azul, el rojo y el negro. Es su etapa naif. "La sonrisa de alas flameantes".
Ya en 1967 el artista pinta El oro del azur un óleo sobre lienzo en el que Miró continúa el desarrollo de su lenguaje abstracto, no desprovisto de símbolos. Un amarillo intenso domina el paisaje sobre el que aparece una sección de azul. Los signos gráficos son evocaciones de la mujer, el hombre y los astros, siempre presentes en su pintura. Otros dicen que es una típica pintura Xeneize, que denotan las dificultades del artista para atravesar al menos tres líneas por un mismo punto.
Finalmente una escultura, "Mujer y pájaro". La obra representa a una mujer en un cuerpo fálico, cuya femineidad adivinamos por la hendidura de una vagina. Parece como si, para Miró, ambos principios se complementaran. En la cúspide, una suerte de sombrero rematado con un pájaro, sintetizado a sus mínimos elementos expresivos. Esto ha sido interpretado como un cuerpo que se alarga hacia la libertad del vuelo. La obra, hecha en hormigón y cerámica, es al mismo tiempo un homenaje al artista catalán Antonio Gaudí, cuyas formas coloridas e irregulares decoran parte importante de la ciudad de Barcelona.
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