En 1736, Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764) explicaba un secreto muy útil a sus numerosos seguidores: cómo desenamorarse.
Olviden los métodos tradicionales de sangrar y purgar, decía Feijoo, olviden los consejos de Ovidio (huye de la ciudad donde vive el amante, piensa intensamente en todos sus defectos, ocúpate de otra cosa, sacia tu deseo sexual con otra persona). El único remedio que de verdad funciona es contrarrestar la pasión amorosa con otra terrible agitación: piensa en algo espantoso al mismo tiempo que evocas la imagen de tu amado.
Terror y espanto para el desamor
Feijoo admitía que el tratamiento era difícil y aconsejaba sobre cómo elegir las imágenes más eficaces. Funcionan mejor si se trata de algo terrorífico que uno ha experimentado en sus propias carnes y aún mejor si se recuerdan sucesivas imágenes horribles mientras se piensa en el amante. Se requiere paciencia, ya que hay que acostumbrar a la imaginación a volar rápidamente de la imagen del amante a la espantosa.
El ensayo de Feijoo Remedios del amor es una muestra típica de cómo funciona su método pedagógico. Utilizando el popular tema del amor (después de todo, ¿Quién no ha conocido sus penas?), Feijoo nos arrastra hacia cuestiones filosóficas más profundas.
En este caso, nos invita a reflexionar sobre cómo se originan las emociones. O dicho de otra manera, cómo son las relaciones entre el cuerpo y el alma: cómo las percepciones de los sentidos son capaces de excitar sentimientos y cambios en el cuerpo (por ejemplo, palpitaciones, sonrojos, excitación sexual). Su remedio se basa en cómo entiende el origen de las emociones, o “la física del amor.”
La física del amor
Si sólo atendemos a que Feijoo era un monje benedictino que rara vez abandonaba su ciudad de Oviedo, este texto parecería extraño.
En realidad, Feijoo tenía una vida intelectual y social muy intensa. Recibía las últimas publicaciones, mantenía correspondencia con las élites intelectuales del momento y organizaba animadas tertulias en su celda del monasterio. A los cincuenta años alcanzó fama nacional e internacional gracias a sus escritos.
Con un gran conocimiento de la tradicional filosofía escolástica y de los nuevos desarrollos empíricos, sus breves ensayos para desmontar “creencias populares erróneas” e “ideas filosóficas equivocadas” hicieron las delicias de la sociedad española y del público europeo y americano.
Conocer las ideas de Feijoo sobre cómo se producen las emociones es importante, no sólo porque era extremadamente popular, y por tanto, podemos suponer que sus ideas circularon ampliamente. También porque su modelo fisiológico consideraba a hombres y mujeres iguales.
Feijoo defendía lo que podríamos llamar una “fisiología feminista.” Es decir, no consideraba que los cuerpos femeninos fueran copias inferiores o imperfectas de los masculinos, ni a las mujeres intelectual o emocionalmente inferiores a los hombres. Su “física del amor” es un modelo alternativo a otros que justificaban la supuesta labilidad emocional de las mujeres y su inferioridad intelectual.
Sentir en el corazón
Durante el siglo XVIII, los nervios adquieren un papel central en la fisiología del cuerpo porque conectan los sentidos con el alma y transmiten la respuesta del alma al resto del cuerpo.
Algunos médicos, como el famoso anatomista británico Thomas Willis, consideraban que a través de los nervios circulaban a gran velocidad los “espíritus animales” (considerados como líquidos “sutiles” o muy poco densos). Las distintas sensaciones se explicaban por la llegada o la huida de los espíritus animales a los distintos órganos.
En consonancia con los modelos médicos tradicionales, las “pasiones” se sentían en los órganos correspondientes. Del mismo modo que el hambriento sentía el hambre en el estómago y el lujurioso experimentaba la lujuria en “otra parte de su cuerpo”, el enamorado, el enfadado y el triste experimentaban estas sensaciones en el corazón.
Feijoo comparte esta opinión, pero para él no existen los espíritus animales, son los movimientos de los nervios los que codifican por las distintas emociones.
Según Feijoo, el amor se origina de la siguiente manera:
Supongamos que dos personas se encuentran. Las membranas de sus órganos sensoriales (la retina, la lengua y el paladar, las membranas de la nariz y del oido) registran las impresiones de las diferentes partículas: la luz que reflejan, las “partículas odoríferas” que desprenden, el aire que agitan sus susurros.
Según Feijoo, el amor se origina de la siguiente manera:
Supongamos que dos personas se encuentran. Las membranas de sus órganos sensoriales (la retina, la lengua y el paladar, las membranas de la nariz y del oido) registran las impresiones de las diferentes partículas: la luz que reflejan, las “partículas odoríferas” que desprenden, el aire que agitan sus susurros.
Las vibraciones de estas membranas mueven a su vez los nervios sensoriales. Éstos reaccionan de muy diversas maneras según el estímulo. Pueden “separarse, ondular, estirarse, comprimirse, aflojarse o volverse más flexibles o más rígidos”.
Los movimientos de los nervios llegan al sensorio común, donde reside el alma. La imaginación (una parte del alma) interpreta estas vibraciones y transmite las correspondientes vibraciones a los nervios que llegan a las diferentes vísceras (Feijoo admite su ignorancia sobre cómo se produce este contacto entre los nervios y el alma).
En el caso de estar codificadas para el amor, al corazón. Feijoo especula, quizá con ironía, que el movimiento que nos hace sentir amor podría ser ondulante, mientras que el miedo podría ser provocado por movimientos espasmódicos.
Además del corazón, las corrientes nerviosas que recorren el cuerpo de los enamorados también pueden afectar a otras partes, provocando, por ejemplo, suspiros, rubor e incluso lágrimas. Si el amor tiene una “parte concupiscente” las corrientes nerviosas llegan a los órganos sexuales.
Todas estas vibraciones también pueden ser ocasionadas por la imaginación. Porque, argumenta Feijoo, de lo contrario los sentimientos sólo durarían mientras estamos físicamente con la persona.
Ahora queda claro su remedio para el mal de amores. Las corrientes amorosas de los nervios provocados por el recuerdo del amado se anulan con las corrientes de terror provocadas por la imagen horrible: “Una ola rompe el ímpetu de otra ola”.
Como instrumentos tocados por la imaginación
Los nervios se comportaban así como cuerdas musicales. El suyo no era un “modelo hidráulico”, donde las sensaciones, los deseos y las pasiones eran provocados porque los espíritus animales se aglomeraban en un órgano determinado o huían de otro. Por el contrario, el cuerpo para Feijoo era como un instrumento musical tocado por la imaginación, en el que los nervios tenían muchas formas de vibrar para transmitir diferentes sentimientos.
La naturaleza física de los nervios explicaba por qué un mismo objeto podía causar efectos diferentes en distintas personas: la “textura, posición, consistencia, flexibilidad o rigidez, sequedad, humedad, de las fibras son más o menos aptos para que el objeto terrible forme esa impresión que causa el miedo, o para que el melancólico excite la tristeza, o para que el ofensivo excite la ira”.
El modelo también explicaba por qué algunas personas se inclinaban por determinados sabores, más por el dulce o por el picante, por ejemplo, debido a la forma en que sus fibras reaccionaban enviando ondas de placer o de dolor.
Sin embargo, Feijoo no utilizó este modelo para justificar las diferencias de género. Al contrario, lo utilizó para reforzar la igualdad de los sexos, ya que no había ningún indicio físico de que las fibras nerviosas de hombres y mujeres difirieran de forma consistente.
Sin embargo, Feijoo no utilizó este modelo para justificar las diferencias de género. Al contrario, lo utilizó para reforzar la igualdad de los sexos, ya que no había ningún indicio físico de que las fibras nerviosas de hombres y mujeres difirieran de forma consistente.
Publicado inicialmente en The Conversation por Elena Serrano.